Ruy Díaz de Vivar domina a un león con facilidad


Al comprobar la prosperidad del Cid Campeador, los infantes de Cardón le piden al rey les consiga casarlos con las hijas del héroe, pues así piensan aumentar sus riquezas. En una entrevista muy lucida, a orillas del Tajo, se encuentran el rey Alfonso y el Cid y se reconcilian. Éste obtiene del monarca todo el perdón y que le retire la pena de destierro. El rey le dice:

-Os pido, pues, que deis a los infantes de Carrión, por mujeres, a doña Elvira y a doña Sol, vuestras hijas.

-No debiera casar a mis hijas -repuso el Cid- que todavía son de poca edad. Sois vos, señor, quien casáis y dais a mis hijas, no yo.

Fueron magníficas las fiestas del casamiento. Los infantes moraron con sus mujeres cerca de dos años en Valencia.

Una tarde estaba el Cid en Valencia con todos los suyos, dormitando en un escaño, cuando un león se desató y se escapó de la jaula. El infante Fernán González, uno de sus yernos, no sabiendo donde meterse, ni puerta de torre ni de cámara encuentra para huir, se esconde debajo del escaño. Su hermano, Diego González, salió gritando: “¡Ay, Carrión, no volveré a verte!”, y fue a esconderse tras la viga de un lagar. Se despertó con el escándalo el Cid Rodrigo, cogió al león por el cuello y lo metió en la jaula, como si fuese un perro. Cuando pasó el susto, buscaron a los infantes de Carrión, los cuales estaban tan demudados que toda la corte se deshacía de risa. Los infantes quedaron muy avergonzados y humillados.

El rey Búcar de Marruecos ataca a Valencia, y entonces los infantes, que habían calculado lo que ganaban casándose con las ricas hijas del Cid, pudieron también ver a lo que se exponían, pues estaban obligados por su honor a combatir a los moros. “De ésta, las hijas del Cid se quedan viudas!”, dijeron.

Pedro Bermúdez ruega al Cid le deje atacar al enemigo, no quiere ser más ayo de los infantes. Los cristianos persiguen a los moros. Buen caballo tiene el rey Búcar, pero Babieca le va dando alcance. Cerca del mar logra emparejarle. Levanta el Cid en alto la Colada y le descarga un furioso tajo, arrancándole los carbunclos del yelmo. El Cid mató a Búcar, el rey de allende el mar, y ganó a Tizona, espada que bien vale mil marcos de oro. Minaya Alvar Fáñez exclama:

-¡Gracias a Dios! Matasteis a Búcar y hemos vencido. ¡Vuestros yernos se han señalado!

-Contento estoy. Si ahora son buenos, mañana serán mejores.

El Cid lo ha dicho de buena fe, pero ellos lo han tomado a escarnio y burla.

Con las mal disimuladas risas que escuchaban y los escarmientos continuos que les hacían, los infantes empezaron a concebir un plan perverso. Deciden ir a Carrión, y le piden al Cid que les deje sus mujeres, para mostrarles sus arras y propiedades. Él se las da, y les regala Tizona y Colada, las dos famosas espadas conquistadas en pelea. Encarga a Félix Muñoz que los acompañe.

En el camino, al pasar por el robledal de Corpes, los infantes despachan a toda la comitiva; les quitan a sus mujeres, las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, sus mantas y pieles, y las dejan desnudas, para escarnecerlas. Doña Sol implora que las maten antes de ultrajarlas. Pero los infantes de Carrión, de alma atravesada, quieren en ellas vengarse de ofensas y humillaciones \ comienzan a golpearlas con las riendas de las cabalgaduras, las espolean y por muertas las dejan en el robledal de Corpes. Muñoz, su primo, las descubre, desmayadas. Por todos los reinos se sabe de la ofensa inferida al de Vivar en la persona de sus dos hijas.

El Cid envía a Muño Gustios encargándole: “Y ruega al buen rey que se dé también por ofendido de la injuria que los infantes me han hecho. Él, no yo, casó mis hijas”. El rey, indignado, ordena junta de cortes en Toledo; allí tendrán que comparecer los infantes de Carrión a responder en derecho ante el Cid. El que no concurra, no se tenga por vasallo.

El día de las cortes, los del Cid vístense las túnicas acolchadas para poder soportar las armaduras, pénense encima las lorigas brillantes como el sol y sobre éstas los armiños y pellizas; aprietan bien los cordones para que no se vean las armas. Bajo los mantos llevan las espadas flexibles y tajantes Así se presentan en la corte a pedir justicia, exclamando: “Y si los infantes de Carrión me buscan camorra, bien confiados están en las armas”.

En el juicio, Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, recupera sus espadas famosas: Colada y Tizona, y también la dote de sus hijas. Pedro Bermúdez reta a duelo a uno de los infantes de Carrión: a Fernando; Martín Antolínez reta a duelo al otro infante: Diego González; y Muño Gustioz reta a Asur González, que ofendió al Cid. En mitad de las cortes entran dos caballeros: Ojarra e Iñigo Jiménez; uno, emisario del infante de Navarra, el otro, emisario del infante de Aragón; vienen a pedir en matrimonio y como legítimas esposas a las hijas del Cid, que fueron afrentadas por los Carrión. Minaya habla y dice: “Antes fueron vuestras mujeres legítimas e iguales, ahora tendréis que besarles las manos y en adelante llamarlas señoras”.

El rey Alfonso ordena que la lid se realice en las tierras de Carrión y dentro de tres semanas. Al despedirse el Cid les aconseja: “¡Ea, Martín Antolínez, Pedro Bermúdez y Muño Gustioz, firmes en la lid como varones, que me lleguen a Valencia buenas noticias de vosotros!” Y le contesta Antolínez: “Podrán llegaros noticias de uno que se ha muerto, pero no que se han dejado vencer”.

Fueron a Carrión. Velaron las armas y rezaron. Y los tres guerreros, parientes y vasallos del Cid, vencieron totalmente a los hermanos infantes de Carrión y a Asur González, y así dejaron a salvo el honor del Cid y de sus hijas.