Después de vencer al conde de Barcelona, el Cid derrota también a los moros


Pasa el tiempo y llega a oídos del conde de Barcelona la voz de que el Cid Ruy Díaz anda saqueando las tierras de su protectorado y sale a atacarlo. Ordena el Campeador: “¡Ea, mis caballeros! Poned el botín en salvo; armaos con presteza y vestid las armas. El conde don Ramón se ha empeñado en darnos batalla. Vienen cuesta abajo y traen calzas y las cinchas flojas; nosotros buenas sillas gallegas y buenas botas”. A las dos horas preso tiene al conde don Ramón y le ha ganado la famosa espada Colada, que bien vale más de mil marcos. El conde de Barcelona no se resigna:

-¡Haberme vencido a mí estos mal calzados! -grita. Y en vista de su derrota se niega a comer.

-Comed de este pan, bebed de este vino -le dice el Cid-; si así lo hacéis os daré libertad.

-Yo no quiero comer nada, sino dejarme morir.

Y así durante tres días se niega a comer. Al tercer día el Cid puede convencerlo; el conde y dos de sus caballeros tienen que hartarse de la comida del Campeador y así obtienen la libertad prometida.

Posteriormente, en las cercanías de Murviedro plantan los moros las tiendas para combatirlo. Él se pone contento de tener que pelear otra vez: “Bebemos sus vinos -dice-, comemos de su pan, por sus tierras andamos; si vienen a ponernos sitio, no les falta razón. Esto no se puede arreglar sino combatiendo”. Minaya da el plan de batalla y el Cid vence otra vez.

“En tierra de moros “prendiendo e ganando “e durmiendo los días “e las noches trasnochando “en ganar aquellas villas “mío Cid duró tres años.”

Minaya es enviado por el Cid a solicitar del rey autorización para que doña Jimena y sus hijas se le reúnan en Valencia. Al pasar por Burgos, Minaya promete a los judíos buen pago de la deuda del Cid; luego va a Cárdena y parte con Jimena, las hijas y la comitiva. Pedro Bermúdez, que sale de Valencia para recibirlos, los encuentra en Medinaceli. Entran en Valencia, cuando el rey de Marruecos llega por mar a poner sitio y reconquistar la ciudad, trayendo cincuenta veces mil armas. Alzan las tiendas y le ponen sitio.

-¿Qué es esto, Cid, en el nombre de Dios! -exclama asustada Jimena.

-Es la riqueza maravillosa y grande con que vienen a recibiros; antes de quince días estarán en vuestras manos aquellos tambores que oís.

Minaya propone:

-Cid, dadme ciento treinta caballeros y cuando vosotros caigáis sobre ellos, apareceré yo por la otra parte.

Salen a batalla los cristianos. El Cid empleó la lanza y, cuando la quebró, metió mano a la espada y mató muchos moros. Tres golpes le asestó al rey Yusuf, que huyó hasta el castillo de Cullera, hasta donde lo persiguió Rodrigo; entonces supo lo que valía su caballo Babieca, desde la cabeza hasta el rabo. Luego de esta brillante victoria envió a Minaya con doscientos caballos con sus frenos, sillas y espadas de regalo al rey Alfonso.