En el sitio de Zamora es asesinado el rey Don Sancho. El juramento de Santa Gadea


Después de la muerte de don Fernando, su hijo don Sancho, codicioso de la ciudad de Zamora, ordenó al Cid ir a rogar a doña Urraca, de su parte, que le entregara la ciudad, a cambio de la cual recibiría una buena renta, tal que le permitiera vivir conforme a su rango, pues no era bien visto que una mujer fuera dueña de parle alguna de los reinos de España.

Negóse doña Urraca; montó en cólera el rey de Castilla y resolvió marchar sobre Zamora y tomarla a viva fuerza. Púsose Sancho en camino seguido del Cid y de sus hidalgos, y al acercarse a la ciudad, le salió al encuentro un caballero llamado Bellido Dolfos, el cual le dijo que, habiendo recibido agravio de uno de los nobles que formaban la corte de la princesa, estaba resuelto a tomar venganza entregándole la plaza, para lo cual era menester que don Sancho lo acompañara, solo, que él le mostraría un secreto postigo de las murallas de la ciudad, por donde podrían sus hombres penetrar en ella y tomarla sin correr ningún riesgo.

Llegados a un lugar apartado, el traidor Dolfos hirió de muerte a don Sancho y se refugió en la ciudad. Cuando Rodrigo halló al rey malherido junto a las murallas, comunicó el hecho a doña Urraca, y la princesa lo hizo conducir cuidadosamente a su palacio, donde poco después murió arrepentido de sus faltas.

Muerto el monarca de Castilla, juntáronse los principales caballeros de su campo para retar a Zamora por delito de traición, ya que dentro de sus muros acogiera al malvado Bellido, y determinaron lidiar con cinco zamoranos, uno a uno, según era costumbre en España.

Entonces Arias Gonzalo, viejo hidalgo de Zamora, padrino de doña Urraca, se presentó a la princesa y le dijo que él con sus cuatro hijos lucharían por la ciudad. El primer campeón nombrado por el bando de Castilla, don Diego Ordónez, batió y mató a los dos hijos mayores del caballero zamorano, pero su caballo, herido por el tercer hijo de Arias, huyó del campo, quedando así sin saberse cuáles eran los vencedores. En vista de lo acontecido, por consejo del Cid, se resolvió que Zamora quedara en manos de doña Urraca y el honor se concediera al campeón de Castilla que había vencido a los caballeros zamoranos.

Levantado el sitio de la ciudad, los castellanos enviaron un mensaje a don Alfonso, rey de León, en que le rogaban aceptara el reino de su difunto hermano. Consintió gustoso don Alfonso y convocó a los nobles de ambos reinos para que le prestasen juramento de fidelidad, pero Ruy Díaz de Vivar rehusó hacer tal, si antes el rey no juraba, a su vez, no haber tenido parte alguna en la muerte de don Sancho. Irritado Alfonso por tal imposición, declaró que trataría a Rodrigo como rebelde y que lo desterraría de su reino por un año. Pero recordando el rey los grandes servicios que el Cid había prestado a su padre, don Fernando, se avino luego a ello, y Rodrigo le tomó el juramento a que antes se había negado, en la iglesia de Santa Gadea de Burgos.

Es un poco después de esta ceremonia cuando comienza el texto del Cantar de mío Cid, cuyo argumento se da a continuación.