El Cid Campeador, héroe de los romances populares


El padre de Rodrigo, don Diego Laínez, noble hidalgo que gozaba de gran estima y ascendiente en la corte de Fernando I, rey de León, recibió una grave e indigna afrenta de parte del conde Lozano, y como por razón de su avanzada edad le faltaban las fuerzas para tomar honrosa satisfacción de aquel ultraje, contóle su agravio a Rodrigo, y éste, después de ceñirse la espada de su padre y de recibir su bendición, partió para las montañas de Asturias en busca del conde, autor de !a afrenta, al cual retó a singular combate, increpándole su innoble proceder. En ruda lucha, venció Rodrigo al de Lozano, le cortó la cabeza y la presentó a su padre, cuyo honor reivindicó.

Pocos días después se presentó ante el rey, en el palacio de Burgos, la hija del conde Lozano, doña Jimena Gómez, reclamando justicia por la muerte de su padre. Fernando I prometióle casarla con Rodrigo, ya que con ello quedaría amparada por el mismo causante de su orfandad. Algunos días después, deseoso el rey de ver a Diego Laínez, llamólo a la corte. Solícito acudió el noble, acompañado de su hijo Rodrigo y de trescientas lanzas escogidas.

Por aquel tiempo habían invadido los campos de Castilla cinco reyes moros con numerosas huestes, y por donde pasaban lo dejaban todo asolado, destruyendo villas y lugares, y llevándose, como botín de guerra, ganados y pobladores, sin que el rey, ni ningún otro, pudiesen atajar tales desmanes. Cuando Rodrigo lo supo, pidió permiso al rey para atacar con su gente a los invasores; y aun cuando era mozo de pocos años, pues no había cumplido los veinte, cabalgando sobre Babieca, su caballo favorito, y seguido de sus hombres, arremetió contra los cinco reyes moros y los venció y condujo cautivos a su castillo. Éstos, admirados de su valentía, le juraron vasallaje, después de lo cual el generoso vencedor les permitió volver libres a sus tierras Desde entonces los moros dieron al héroe castellano el sobrenombre de “Cid”, que significa señor, jefe o caudillo, que el rey de León confirmó, ampliándolo con el titulo de don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

Cuando Jimena Gómez, que vivía en la corte de Fernando, como dama de la reina, tuvo noticias de las heroicas proezas del Cid, pidió al rey el cumplimiento de su palabra, a lo que éste accedió, mandando a Rodrigo que se presentara en Burgos. Hizólo él con un lucido séquito de trescientos caballeros, lujosamente ataviados. A su llegada salió el monarca a recibirlo y, delante de todos los nobles allí presentes, le hizo saber la petición de doña Jimena y su propósito de dotarla espléndidamente, por lo mismo que deseaba ver cumplidas tan justas pretensiones. Consintió el Cid en ello, y la boda se celebró con gran pompa, bendecida por el obispo

de Palencia. Terminada la ceremonia, el Cid se retiró con su esposa al castillo de Vivar, y, a poco, partió en peregrinación a Santiago de Compostela, en cumplimiento de un voto. Durante su ausencia se había levantado contienda sobre el dominio de la ciudad de Calahorra, entre Fernando I, rey de León, y Ramiro de Aragón, pues ambos se proclamaban señores de ella. Para evitar los trastornos y males de una guerra, acordaron ambos que la cuestión se decidiera peleando dos caballeros, uno de cada bando; y el que saliera vencedor ganaría la ciudad para su rey. Combatió el Cid por el rey Fernando, y Martín González por Ramiro; en la refriega, que fue dura y reñida, derribó el Cid a su adversario y, apeándose, le cortó la cabeza; luego dio gracias a Dios por haberle concedido la victoria.

Algún tiempo después, Rodrigo se trasladó a Zamora, donde recibió el tributo de los cinco reyes moros por él vencidos anteriormente. De allí a poco hallóse el rey Fernando acometido de cruel enfermedad, y, sintiéndose morir, quiso proceder al reparto de sus tierras entre sus cuatro hijos, dejando Castilla a don Sancho, León a don Alfonso, Vizcaya a don García v la ciudad de Zamora, en Castilla la Vieja, a su hija, la princesa doña Urraca.