La eterna noche de un hemisferio del planeta Mercurio


El hecho de que los planetas recorren elipses, uno de cuyos focos está ocupado por el Sol, fue descubierto por el astrónomo alemán Juan Kepler, hace ya más de tres siglos. Si bien los cometas describen elipses muy alargadas, para notar la excentricidad de los órbitas planetarias hay que efectuar observaciones cuidadosas. Pero Mercurio describe una órbita mucho más elíptica que la de los demás planetas. Cuando está más próximo al Sol, o sea en el perihelio, la distancia es de 46.000.000 de kilómetros, mientras que en el afelio, o sea en el punto más alejado del Sol, la distancia asciende a 70.000.000 de kilómetros. Si la órbita terrestre tuviera tal excentricidad, veríamos al disco del Sol, en el término de un año, agrandarse y achicarse apreciablemente, al mismo tiempo que se modificase la distancia de la Tierra.

Todos los planetas giran sobre su eje; en general, por lento que sea ese movimiento de rotación, se cumple mucho más rápidamente que lo que el planeta emplea en dar una vuelta en torno del Sol. En el caso de Mercurio, la rotación en torno de su eje se cumple exactamente en el mismo tiempo en que da la vuelta alrededor del Sol. Así como la Luna presenta la misma cara a la Tierra, Mercurio presenta siempre el mismo hemisferio al Sol. Resulta, pues, que un hemisferio está eternamente iluminado por el Sol, mientras el opuesto se encuentra en tinieblas eternas. Si un observador se hallase en el hemisferio iluminado, vería siempre al Sol inmóvil en el cielo; y si se hallase precisamente en la zona de separación entre el hemisferio oscuro y el iluminado, vería al Sol invariablemente fijo en el horizonte.

Tanto por la proximidad del Sol, que desde Mercurio se vería como un disco gigantesco, como por la eterna duración del día, el hemisferio iluminado de Mercurio alcanza temperaturas altísimas, capaces de fundir el plomo; a tales temperaturas no puede existir nada de agua líquida, ni siquiera en ebullición, que como el lector recordará, a la presión atmosférica normal hierve a 100°C. Por lo contrario, el hemisferio que está en eterna noche posee temperaturas bajísimas, muy inferiores al punto de congelación de! agua. Claro es que entre ambos hemisferios existe una zona de transición.

Mercurio es un planeta que carece de atmósfera; su masa es demasiado pequeña para poder retener una capa gaseosa a su alrededor.