De qué modo la humanidad resultó engañada durante muchos siglos


La enseñanza que debemos extraer de toda esta historia es que para el estudio de cualquier cuestión, sea acerca de las estrellas o de las plantas, están los hechos verdaderos, que se verifican perfectamente, y la interpretación posterior de tales hechos. Los hechos que son bien observados constituyen la parte invariable de la Ciencia, que subsiste durante siglos sin alteraciones fundamentales: son las interpretaciones, en cambio, las que pueden hacernos incurrir en serios errores, que deberán ser corregidos en el futuro. En el caso de la Alquimia y de la Astrología se ve cómo suelen mezclarse los conocimientos verdaderos con las falsas interpretaciones. En la antigüedad había poderosos soberanos que daban cuantiosas sumas a los alquimistas y astrólogos para que les prepararan el elixir de la juventud eterna, o para que les averiguaran el destino. En la actualidad son también muy grandes las sumas que se requieren para instalar observatorios astronómicos o laboratorios de investigación. Pero esas sumas se destinan para hacer estudios positivos que más pronto o más tarde serán útiles a la humanidad entera, y no como ocurría en época de los alquimistas, en que poderosos señores pretendían obtener beneficios personales por arte de una magia para crédulos.

Un triste aspecto de esta historia es que muchos conocimientos verdaderos, que existían ya en la antigua Grecia, se perdieron o fueron sustituidos por burdas fantasías en los siglos siguientes. Se sabe que algunos sabios de la antigüedad tenían el concepto de que la Tierra giraba en torno de su eje, que era esférica, y hasta habían determinado con bastante precisión su tamaño; también sabían cuáles eran las distancias de la Tierra a la Luna y al Sol. Luego fueron negadas estas verdades, y por espacio de muchos siglos los hombres aceptaron la errónea creencia de que la Tierra era plana y permanecía fija, mientras que el Sol, las estrellas y los planetas daban vuelta a su alrededor.

Pero en el siglo xvi apareció un gran hombre, un fraile llamado Nicolás Copérnico, de Thorn, Polonia prusiana, quien demostró nuevamente la verdad que había permanecido olvidada por espacio de unos 2.000 años, hasta fines de la Edad Media. Volvió a demostrar Copérnico que, en contra de las apariencias, la Tierra gira sobre su eje y también alrededor del Sol, como lo hacen los demás planetas, Marte, Venus, Júpiter y Saturno, que eran los únicos conocidos entonces.

Su ilustre sucesor, el italiano Galileo, empleó por primera vez el telescopio, de su invención, y con este instrumento confirmó la teoría sustentada por Copérnico. Vio que Venus presentaba fases como la Luna, lo cual demostraba que su luz es reflejo de la del Sol, en torno del cual gira como los demás planetas; descubrió también cuatro satélites, o lunas, de Júpiter, y pudo observar claramente que giraban en su torno, en forma análoga a lo que hace la Luna alrededor de la Tierra.

Por aquel tiempo vivía un hombre quien, como Copérnico, también había sido fraile, y cuyas concepciones fueron mucho más allá de lo que habían ido las de Copérnico y Galileo, por más que no fuera un observador ni descubriera nada con sus propios ojos. Era el italiano Giordano Bruno.

Pero antes de ocuparnos de las enseñanzas de Bruno, recordemos la gran figura de Newton, el sabio inglés ¡que descubrió las leyes de la gravitación cuando sólo tenía 23 años de edad! Al hacerlas públicas, la gente lo acusó de impiedad, diciendo que trataba de menoscabar la gloria de Dios; pero los hombres saben ahora que cuanto más se ensanchan nuestros conocimientos de la Naturaleza, más nos admira y sorprende la omnipotencia de su Hacedor.