La extraordinaria e infatigable lucha del hombre para conocer los secretos de la naturaleza


Sin el Sol, nada existiría en la Tierra: ni los seres de los abismos oceánicos, que nunca lo han visto ni sospechan siquiera su existencia, ni nosotros mismos, que lo vemos diariamente. Viene luego la Luna, que con frecuencia inunda de grata claridad nuestras noches, y miríadas de estrellas cuya vista nos hace preguntarnos qué son, qué objeto tienen.

Para dar una respuesta a esas preguntas el hombre ha emprendido esa maravillosa "aventura del pensamiento" que es la ciencia, según la feliz expresión de Einstein.

Pero aunque nunca levantásemos los ojos para ver lo que está sobre nuestras cabezas, o aun cuando sólo los alzásemos para contemplar las cumbres de los collados y las cimas de las montañas, todavía encontraríamos materia de maravillas para llenar con su asombro más tiempo del que ocupa la vida de un hombre: excelencias tan grandiosas, que tal vez todos los hombres que han existido sobre la Tierra desde que el mundo es mundo, no han entendido de ellas ni tan siquiera una millonésima parte. Jamás podremos responder adecuadamente a todas las preguntas que podrían hacerse, y, sin embargo, cada respuesta satisfactoria obtenida, y cada pregunta que con propiedad hagamos (aunque ésta quede sin contestar), es sumamente útil para el progreso de la vida humana. Cuanto los hombres descubran tendrá valor para nosotros, y cuanto han descubierto ya hace que gocemos de una existencia útil y feliz; y esos descubrimientos constituyen la real diferencia existente entre nosotros y los salvajes, cuya vida reputamos insospechable. A medida que vayamos sabiendo y comprendiendo más, iremos mejorando en todo sentido: aunque lo que sepamos y conozcamos sea solamente un átomo, en comparación con todo aquello que nos resta saber.

Éste es un hecho muy digno de ocupar nuestra consideración. Tales preguntas y respuestas requieren esfuerzo, labor mental a veces fatigosa y difícil. Sin embargo, todos debemos dedicarles algún tiempo durante el curso de nuestra vida, y hay muchos hombres y mujeres que les consagran su vida por completo, entregándose a estudios e investigaciones cuyo fin es penetrar más y más la naturaleza de las cosas. Pero, habrá tal vez quien pregunte: ¿Por qué hemos de preocuparnos con semejantes asuntos? ¿Por qué no hemos de pasar el tiempo cómodamente, comiendo, divirtiéndonos o durmiendo? ¿Por qué no habremos de ser como esos seres de los abismos oceánicos, que tal parece que dijeran: "nada sé, y nada quiero saber; nada me importa; todo me es igual, y por nada quiero incomodarme ni esforzarme como no sea por comer y sobrevivir?"

Efectivamente, hay hombres, mujeres y niños que viven de esa manera; pero eso no es vivir. Si no sentimos anhelos de vida elevada, si no alentamos propósitos de mejoramiento moral e intelectual, resulta perdido cuanto para nuestro beneficio han hecho las generaciones pasadas; se vuelven inútiles todo el tiempo y el esfuerzo, y las luchas y las fatigas de aquellos que nos precedieron se malogra todo ese cúmulo de obras que han cooperado a nuestro bienestar; nos hacemos indignos de ellas; las derribamos como un castillo de naipes. Nuestra vida es la más elevada que hay en el mundo, y cuanto más superior es, tanto más debemos saber y comprender. Tal vez nos daríamos más cabal cuenta de esto, si de pronto se cerrasen todas las puertas de nuestros sentidos, y a esta desgracia se agregara la de perder también la memoria de todo, quedando reducidos a la condición de esos seres que tienen su morada en las tinieblas de lo irracional.