Dramática retirada de Shakespeare a su pueblo


Hombre de espíritu comercial, no obstante ser tan gran poeta, quiso tener participación en uno de los teatros, y, aumentando gradualmente su fortuna, invirtióla en adquirir más y más propiedades inmuebles en Stratford a medida que los años iban transcurriendo, hasta que, hacia 1611, se estableció allí, y tras algunos años de sosiego y bienestar, falleció en abril de 1616, cuando sólo contaba cincuenta y dos años.

Hoy, en la quietud de la sombra que los árboles proyectan sobre la iglesia parroquial, donde acuden de todas las partes del mundo reverentes peregrinos se lee conmovido et extraño epitafio grabado en una losa que se ve en el pavimento del presbiterio, bajo el cual se hallan las cenizas del gran hombre. Epitafio extraño, es, realmente, éste que se grabó a guisa de advertencia, pero quizás necesario en los días en que los huesos de los muertos eran recogidos, después de algún tiempo, para echarlos a la fosa común.

Abstente, por Jesús, lector querido, de remover el polvo aquí encerrado; bendito aquel que no lo haya tocado, maldito quien lo hubiere removido.

Esta rima es la de un poeta que nunca pudo pensar cuan sagrada sería su tumba para todas las generaciones que irían sucediéndole.

Los versos de aquel último y modesto deseo que pedían anhelosamente una tumba tranquila, perdurarían. Allí hablaba el joven de Stratford vuelto a su casa. Pero en el intervalo entre la partida y el regreso acaecieron cosas importantes.