La bombilla de Edison en la historia de la iluminación eléctrica de nuestros días


Cuando Edison fijó su atención en la cuestión del alumbrado, la única lámpara eléctrica que existía era el arco voltaico, que arde en el seno del aire libre, y no es a propósito para el interior de los edificios. En la lámpara de arco voltaico la luz es producida por la resistencia que presenta el carbón al paso de la corriente eléctrica, según decimos al tratar del alumbrado. Una barra de carbón desciende de la parte superior de la lámpara, y otra sube del fondo de la misma. Entre las extremidades de ambas queda un espacio, y la corriente eléctrica salta de una punta a otra, produciendo una llama. Pero esta lámpara necesita para arder una corriente de aire, y Edison comprendió que, para el alumbrado interior, hacía falta una llama que ardiese en el vacío, porque de lo contrario, el filamento, que es el hilo que al entrar en incandescencia emite luz, pronto se consumiría.

El camino había sido ya preparado por otros hombres estudiosos, pero Edison tenía muy escasas noticias de los trabajos de aquellos. Lo que verdaderamente hubo de servirle de guía fue el invento de sir Guillermo Crookes, ilustre hombre de ciencia inglés, quien, trabajando con otra intención muy distinta, descubrió los famosos tubos que llevan su nombre, que son unos tubos de cristal de los cuales se extrae el aire haciendo el vacío en su interior. Con sólo dar a estos tubos la forma de una pera, tuvo Edison la armazón, digámoslo así, de las lámparas eléctricas de incandescencia; pero le fue preciso inventar la manera de hacer llegar hasta ellas la corriente de modo que pueda apagarse cualquier número de lámparas quedando las otras encendidas. Los sabios decían que esto era imposible, pero Edison lo logró.