MARÍA CURIE


Estamos a 7 de febrero de 1922. j En la Academia de Medicina de París se realiza la brillante elección de un nuevo miembro. Al pronunciar su nombre, el presidente dice: “Saludamos en usted a una ilustre profesora y a una mujer de corazón, que no ha vivido más que para la devoción al trabajo y la abnegación científica. Una patriota que, en la guerra como en la paz, ha cumplido siempre con su deber. Su presencia aquí nos aporta la bondad moral de sus ejemplos y la gloria de su nombre. Le damos las gracias. Estamos orgullosos de su presencia entre nosotros. Es usted la primera mujer que ha entrado en la Academia, pero /.qué otra mujer hubiera sido digna de ello?”

¿Quién era aquella mujer extraordinaria a la cual, en nombre de todos los sabios del mundo, rendían homenaje los miembros de la Academia de Medicina de París?

Aquella mujer era María Sklodowska Curie, cuya vida, martirizada y purísima, contemplada desde sus más diversos aspectos: mujer, hija, hermana, esposa, madre e investigadora científica, es un conmovedor ejemplo de belleza y solidaridad, de fe y voluntad, de patriotismo y amor, de extraordinaria abnegación y sacrificio constante.

Nacida en Polonia, cuando esa nación gemía bajo la dominación opresiva de la Rusia zarista, pensó desde niña que sólo la sabiduría y el amor de sus hijos podrían redimir y libertar a la patria amada. Sin desmayos, con una tenacidad inflexible, venciendo mil obstáculos, se dedicó al estudio con el pensamiento fijo en esa suprema finalidad.

El amor y el estudio la unieron a Pedro Curie, una de las glorias científicas más grandes de Francia, y juntos lucharon durante once años tratando de arrebatar sus secretos a la Naturaleza. Ésta les reveló, luego de muchos años de trabajos y sacrificios, uno de sus más grandes misterios: la existencia en su seno de un cuerpo nuevo, el radio, que revolucionó la ciencia y abrió inesperadas rutas en el campo de la medicina experimental.

Años más tarde, Polonia consiguió su libertad, y la figura de María Curie, ya célebre en el mundo, prestigió el nombre de su patria. Pero a mucho más que a la redención de Polonia contribuyó esta mujer ejemplar: su labor de toda la vida sirvió para librar del dolor a millares de seres humanos. Vamos ahora a recorrer rápidamente la vida de María Curie. Ya hemos dicho que era polaca; en efecto, nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867, y en su hogar, modesto hogar de la clase media, adquirió ese profundo amor a la patria y esa desinteresada pasión por la ciencia, que la conducirían hacia la fama.

Como su padre, profesor de enseñanza media, percibía un modesto salario, y su madre, por estar paralítica, requería asiduos cuidados, María debió emplearse como institutriz a los diecisiete años. Con el producto de su trabajo ayudó a sus hermanos, cuyos estudios costeó y, después de cinco años de privaciones y sacrificios, logró ahorrar lo suficiente para pagarse el pasaje hasta París e iniciar allí sus estudios superiores.

Cuatro años tarda en graduarse en Física y Matemáticas; cuatro años recordados por ella luego como los más felices de su vida; cuatro años que vive alojada en un frío desván; en que concurre a clases, a veces sin haber comido; que dedica plenamente al estudio, olvidada de las pobrezas materiales y de las necesidades apremiantes de su vida diaria.

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ARÍA SKLODOWSKA CONTRAE ENLACE CON PEDRO CURIE

A principios de 1894 conoce a Pedro Curie, sabio francés descendiente de una familia de investigadores, y al año siguiente se casa con él.

Pero ni el matrimonio ni más tarde la maternidad le hacen perder o disminuir su amor a las investigaciones científicas; antes bien, parece que su vida al lado de Pedro intensificara aquella pasión y aclarara su inteligencia. En efecto, continuando las investigaciones del sabio Enrique Becquerel sobre el uranio, María inicia largos y pacientes experimentos acerca de la radiactividad y, ayudada por Curie, descubre un nuevo cuerpo al que bautiza con el nombre de polonium, en homenaje a su patria lejana y amada.

Con la participación de su esposo, que abandona definitivamente sus propias experiencias para colaborar con ella, llega a aislar un nuevo elemento, el radio. En 1900, los esposos Curie enviaron al Congreso de Física de París un informe general sobre las nuevas sustancias. Las puertas de la fama quedaron abiertas para ellos. Era el justo premio a su fe inquebrantable en la ciencia y a su constancia en el trabajo. Pero para llegar a esa meta ¡qué de sacrificios fueron necesarios!

Para realizar las investigaciones, los esposos Curie se instalaron en un galpón abandonado que carecía de lo más elemental. Aquello era como trabajar a la intemperie; muchas veces el frío era allí tan intenso que se veían obligados a suspender el trabajo y pasearse para desentumecer los miembros; otras veces la lluvia interrumpía una experiencia, obligándolos a cubrir los aparatos.

¡Cuántas horas de descanso y de solaz, cuántos días de placentera vida familiar fueron sacrificados para trabajar en condiciones tan poco confortables! ¡Cuántas privaciones debieron soportar para sostener los gastos que les imponía la adquisición del material, de los ácidos para disolverlo y del combustible para trabajar!