Las más altas distinciones fueron acordadas al célebre matrimonio Curie


Numerosas instituciones científicas honraron con sus más altas distinciones a estos sabios, quienes recibieron en 1903 la medalla Davy, de la Sociedad Real de Londres, y en 1904, el premio Nóbel de Física.

El 19 de abril de 1906, en un desgraciado accidente, perdió María al compañero de sus vicisitudes, de sus alegrías y de sus triunfos. Pedro había asistido a una comida en la Asociación de Profesores de la Facultad de Ciencias. Al salir advierte que está lloviendo, por lo que abre su gran paraguas y comienza a caminar polla calzada, detrás de un coche. De pronto, distraído, da unos pasos hacia un costado y tropieza con los caballos de un vehículo que avanzaba en sentido opuesto. Sorprendido, Curie intenta tomar las riendas de uno de los caballos, que se encabrita y le hace rodar y caer. Su muerte fue instantánea.

Durante una larga temporada, María vive entregada a su dolor, alejada de la ciencia, del estudio, del mundo, hasta que al fin logra recuperarse y reanuda sus actividades científicas.

Ocupa la cátedra de su esposo en la Universidad e inaugura un laboratorio para investigaciones sobre el radio. En 1911 recibe el más grande honor, jamás conferido a sabio alguno en el mundo: la Academia de Suecia le concede el premio Nóbel por segunda vez, y en este caso por sus trabajos en Química.

Viene luego la guerra y María crea un servicio ambulante de radiología y atiende personalmente uno de los laboratorios volantes que recorren los hospitales de sangre del frente.

Fuera de Francia, María Curie pronunció diversas conferencias en Suecia, Polonia, Brasil, España, Italia, Inglaterra, Holanda y, por dos veces, en Estados Unidos, donde en ambas ocasiones fue obsequiada con gramos de radio.

En 1934, a los sesenta y siete años, María Curie enferma; los médicos diagnostican anemia perniciosa provocada por la radiactividad. Había manejado durante treinta y cinco años el radio sin usar las precauciones que recomendaba a sus discípulos: tomar los tubos de ensayo con pinzas, nunca con las manos desnudas, y emplear protectores de plomo. Esta enfermedad fue causa de su muerte, ocurrida el 4 de julio del mismo año.

Cuando el cable y la radiotelegrafía esparcieron la noticia por el mundo; cuando los grandes diarios, las revistas y la radiotelefonía hicieron el elogio de su personalidad, millones de corazones latieron en el mundo con idéntico dolor. Y allá, en el Instituto del Radio, junto a los aparatos abandonados, los jóvenes científicos y los estudiantes sollozaban exclamando: “¡Lo hemos perdido todo!” Sin ella se sentían desamparados.

Su nombre y su memoria son honrados por la humanidad y venerados por sus dos hijas: Irene -muerta en 1956- que continuó la obra de su madre y recibió en 1935, junto con su esposo Federico Joliot, el premio Nóbel de Física, y Eva, periodista y escritora, que en 1937 publicó la biografía de su ilustre madre.

Con una generosidad realmente digna de mención, tanto Pedro como María Curie dieron a conocer, paso por paso, el estado de las investigaciones que realizaban, sin ocultar jamás los descubrimientos que efectuaban; como tampoco hacían un secreto de la marcha de sus experimentos. Con ello contribuyeron en gran manera al progreso de la ciencia, no sólo de su país, Francia, sino también del resto del mundo que, enterado del estado de las investigaciones de los Curie, podía continuarlas a partir de lo que ellos ya habían conseguido, de tal modo que la marcha de la investigación científica y lo que se lograba en el campo de la ciencia, ganaba mucho en agilidad.

María Curie dejó varias obras en las que habla de sus trabajos y expone sus experiencias y los descubrimientos que le dieron fama, tanto a ella como a su esposo. Recordaremos, entre los libros más importantes: Investigaciones sobre las propiedades magnéticas de los aceros templados; Investigaciones sobre las sustancias radiactivas; La isotopía y los elementos isótopos; Tratado de la radiactividad.