LUISA CÁCERES DE ARISMENDI


En la historia de la independencia de Venezuela se destaca con vigorosos relieves una extraordinaria figura de mujer, casi una niña, que supo extraer de su frágil cuerpo de muchachita mimada, de su mente casi ayuna de lecturas, la fortaleza y el valor sobrehumano que se necesita para sacrificarlo todo, hasta el instinto maternal, en aras de los ideales de Patria y Libertad.

Esa débil criatura sufrió en cuatro años de inenarrable dolor, prisiones, humillaciones, hambre, destierro y soledad, sin claudicar, alta la frente, firme y sereno el corazón, como si hubiera sabido que estaba modelando en su propio ser un ejemplo para siglos venideros. Esa mujer fue Luisa Cáceres, la esposa del caudillo mar-gariteño coronel Juan B. Arismendi.

El lapso de vida de Luisa Cáceres que va desde los quince hasta los diecinueve años fue una continua sucesión de dolores y sufrimientos. En esos cuatro años su figura cobra un recio perfil de tragedia; la vida destruye todas sus ilusiones juveniles y la proyecta hacia la inmortalidad, haciendo eterno su nombre en la historia de la emancipación venezolana.

Nació en Caracas el 12 de setiembre de 1799 y fue educada en medio de los solícitos cuidados de sus padres, en cuyo hogar, de austeras costumbres, recibió junto con las primeras letras los principios que forjaron en ella una mujer de recio temple moral.

Apenas quince años tenía Luisa cuando su padre, pacífico hombre de letras, perdió la vida envuelto en un motín; veinte días más tarde su hermano mayor, que se había incorporado a las fuerzas revolucionarias de Arismendi, cayó prisionero de los realistas y fue muerto a machetazos.

El 7 de marzo de 1814 comenzó el éxodo de los patriotas caraqueños amenazados por las tropas realistas, ávidas de represalias después de la victoria de Ocumare. Seis mil personas abandonaron la ciudad; entre ellas, Luisa, su madre, su hermano de once años y cuatro tías que murieron en el camino, por no poder sobrellevar las penurias del viaje, durante el cual debieron dormir a la intemperie, mal comidos, casi sin ropas y sin tener un momento de tranquilidad.