JUANA MANUELA GORRITI

Vedla ahí: alta, de presencia arrogante y airosa; rostro de óvalo perfecto; ancha frente, muy despejada; mirada perspicaz, enérgica y, a veces, profundamente melancólica; cabello sedoso y finísimo, con rizos que parecen de plata, porque los terribles contrastes de su vida los han blanqueado más que los años.

Juana Manuela Gorriti, la gran escritora argentina nacida en la ciudad de Salta en 1819, era soñadora vehemente; apasionada, con imaginación fantástica, fecunda como pocas, rica en tesoros de ingenio y pródiga en narraciones, ligadas con frecuencia a las memorias de su niñez y juventud. Güemes, Biografía de Belzu y El álbum de una peregrina son páginas de la historia de su vida.

A la altura de su alma de acero, tenía Juana Manuela la poderosa fuerza de voluntad y el corazón dispuesto a todos los sacrificios y templado por todos los grandes infortunios. Hay rasgos de su vida que harán comprender el valor moral de aquel gran carácter, que de suyo se destaca en páginas legadas a la inmortalidad.

Un día, siendo muy joven, tuvo que abandonar la casa paterna y el suelo natal. Hija del patriota general Gorriti, había de participar de las persecuciones y el ostracismo de aquél; empezó entonces su larga serie de viajes y peregrinaciones, así como la manifestación de sus aficiones literarias, cimiento de su fama.

En el suelo del destierro la unió el amor a un oficial del ejército boliviano, Manuel Isidoro Belzu. El idilio de ternura que precedió al enlace tuvo sangriento epílogo en el palacio presidencial de La Paz, Bolivia. Era la época de las revueltas políticas, de los motines de cuartel y de terribles represalias, cuando ocupaba de nuevo la presidencia el general Belzu, que había desplazado del poder al general Melgarejo, uno de los hombres más audaces que figuran en la historia de Bolivia. Belzu, ídolo de los indios, para quienes era un héroe legendario, sosteníase, apoyado en su prestigio, contra las fuerzas superiores de su antagonista.

Hubo combate y lucha prolongada, y cuando el general Belzu podía considerarse vencedor, fue cobardemente asesinado en el palacio presidencial. Las turbas propagaron por la ciudad el funesto acontecimiento, y la noticia llegó rápidamente a la casa donde habitaba Juana Manuela, quien, por incompatibilidades de carácter y de costumbres, vivía alejada de su marido y del palacio, teatro del drama sangriento.

No vaciló un instante: el deber la llamaba y ella se sobreponía a desvíos y ofensas. Es éste uno de los rasgos destacados del carácter de aquella mujer insigne. Se lanzó a la calle y siguió a las masas que se dirigían al palacio. Al entrar en él, Juana Manuela buscó, encontró y colocó en su regazo el cuerpo inerte de su marido; mientras se cercioraba si aún tenía vida, resonaban en sus oídos los gritos de: ¡Viva Melgarejo!, proferidos por los amotinados.

Juana Manuela Gorriti tuvo siempre verdadera predilección por el Perú: veía en él su segunda patria, donde, muy joven y hermosa, le prodigaron ovaciones de entusiasmo y fraternal cariño. “Lima, mi Lima -decía-, ¡qué risueña y hospitalaria es aquella tierra!”