Cristóbal Colón en Portugal; sus proyectos y sus relaciones con el rey Don Juan II


Por entonces habíase establecido Colón en la capital portuguesa, donde contrajo matrimonio con una bella joven, hija del primer gobernador de Porto Santo, una de las islas Madera. La idea de averiguar qué había detrás de aquel mar inmenso no se apartaba un instante de la mente de Colón. Su razón le decía que tras aquel abismo cubierto do agua debía de haber otras tierras. Sus estudios habíanle conducido también a idéntico resultado. Había oído hablar además a los hombres de mar de objetos extrañes hallados a grandes distancias de la costa. Algunos habían recogido trozos de madera en los que aparecían grabados signos raros; voluminosos bambúes como no se conocían en Europa; cadáveres de hombres extraños, de caras anchas, que no tenían semejanza con ninguna de las razas conocidas hasta entonces. Estos hallazgos tenían necesariamente que proceder de países occidentales. Estudió los mapas que había recibido de su suegro, y cuantos escritos logró reunir. Y cuanto más estudiaba y meditaba sus conocimientos y noticias, tanto más se afirmaba en sus teorías. La idea fija de descubrir estas nuevas tierras era para él una obsesión. Vivía dedicado al estudio y al trazado de mapas y planos, y por espacio de algún tiempo hubo de ganarse el sustento vendiéndolos. Por fin, decidióse a buscar ayuda para adquirir un barco y llevar sus teorías a la práctica. Tuvo que esperar, sin embargo, pues España y Portugal se hallaban por entonces en guerra, y se estaba asestando al mismo tiempo el último y definitivo golpe al poder de los sarracenos en Europa. Pero, al cabo, logró ser oído por el rey don Juan II de Portugal, a quien explicó sus proyectos. Descansaban éstos en suposiciones y noticias que, aunque acertadas en lo fundamental, pecaban de incompletas e inexactas en los pormenores; y así se dio el caso de que Colón descubriera el Nuevo Mundo creyendo haber arribado a las costas orientales de Asia.

Suponía que la Tierra era redonda, teoría que muy pocos sustentaban por entonces; pero creyó que las dimensiones de nuestro globo eran mucho-menores de las que en realidad tiene. Y en esta errónea creencia, argüía: “La Tierra se extiende a enorme distancia hacia Oriente. Los europeos conocemos únicamente su parte occidental; pero debe de tener, sin duda, una costa oriental. Por consiguiente, si tan grande es la extensión, hacia Oriente, del continente asiático, y la Tierra tan pequeña y redonda, la costa oriental de Asia no debe de hallarse muy distante de Europa. Y, por lo tanto, navegando hacia el Oeste a través del océano Atlántico, llegaré, necesariamente, a dicha costa”.

Colón se equivocó notablemente al calcular la verdadera magnitud de la Tierra, y ni siquiera le pasaba por la imaginación la idea de que entre Europa y la ignota costa de Asia se extendiera el vastísimo continente de América. El rey de Portugal escuchó con interés sus planes y simpatizó con ellos. Marco Polo había dado a conocer el camino que por tierra conduce a la India, China y Japón, y desde entonces se estableció una importante corriente comercial con aquellos lejanos países, siguiendo dicha ruta; pero el incremento adquirido por el poder de los árabes y la irrupción de los turcos en Europa habían interceptado-estas vías comerciales, de suerte que, desde entonces, todas las navegaciones a lo largo de las costas occidentales de África habíanse efectuado con la idea de descubrir un camino hacia los mercados orientales, bordeando este continente. Los proyectos de Colón interesaron al monarca portugués, quien los sometió al estudio de dos comisiones de hombres eruditos. Éstos los ridiculizaron, pero el obispo de Ceuta indicó al rey la conveniencia de que “se procurase entretener a Colón”, y se enviase entretanto una expedición secreta que descubriera la ruta, conforme a los planes del navegante genovés, sin abonar a éste la remuneración que exigía. Y, en efecto, se despachó la expedición secretamente con órdenes de llegar a la China siguiendo el derrotero trazado por Colón a través del Atlántico, al cual no le asignaba el ilustre marino una longitud superior a 833 leguas marítimas. Pero los expedicionarios viraron, cobardemente, en redondo tan pronto como perdieron de vista las islas del Cabo Verde, regresaron a su patria y manifestaron a su señor que las aguas no eran navegables ni el aire de aquellas lejanas regiones se podía respirar.