¿Tenía Colón conocimiento de los viajes y descubrimientos marítumos de los normandos?


Durante el curso de sus viajes hubo de visitar a Inglaterra, y, corriéndose más hacia el Norte, se cree que llegó a Islandia, probablemente en 1477. Y ahora se nos ocurre preguntar: ¿tuvo Colón alguna noticia de América durante su permanencia en Islandia? O, por mejor decir, ¿oyó hablar del continente que con tal nombre designamos hoy día? Porque América había sido descubierta por los vikingos, antiguos piratas escandinavos, cuatro siglos y medio antes de que naciera Colón. Un intrépido marino escandinavo, llamado Bjarne Herjulfson, fue empujado por una tempestad hasta dar vista a las costas en el año 986, refirió la aventura a su regreso a Islandia, donde no se olvidó la noticia. El año 1000, Leif el Afortunado, hijo de Erico el Rojo, diose a la vela en un viaje de exploración y llegó a América. A una región diole el nombre de Hellulandia o País de la Piedra, que es el moderno Labrador; a otra la denominó Marklandia o País de las Selvas, la actual Terranova; a otra tercera llamóla Vinlandia o País de las Viñas, por haber hallado en ella vides silvestres, y es la Nueva Escocia de nuestro tiempo.

Un año o dos después, otro navegante vikingo, Thorfinn Karlsefne, cuñado de Leif, partió con 160 hombres -doble número de los que llevó Colón en su viaje inmortal- y habitó por espacio de tres años en Vinlandia. Durante siglos se conservó en Islandia el recuerdo de estas remotas expediciones, y se cree posible que Colón oyese referir mientras permaneció en esta isla, la historia de las tierras maravillosas a las cuales se llegaba navegando hacia Occidente. Pero no consta que así fuera. No se sabe que supiera hablar el lenguaje escandinavo, aunque es probable que alguno de los tripulantes de su nave lo conociese. La embarcación era inglesa; y había salido de Bristol, que a la sazón sostenía un comercio regular con Islandia, cuando ni se soñaba que allende el mar existiese un continente.

Hoy nos parece imposible que alguien pueda dudar de la existencia de estas tierras; pero lo cierto es que nadie en Europa sospechaba en aquellos tiempos semejante cosa. Todo el mundo creía que las Islas Británicas constituían el límite occidental de las tierras. Suponíase que el mundo era plano y pequeño; que se prolongaba hacia Oriente, formaba los territorios asiáticos, y terminaba allí. Conocíanse sólo de una manera incompleta las partes principales del Antiguo Mundo: Europa, Asia y África; pero no había noticia alguna de América ni de Australia. Con respecto a África, se suponía que, a partir de la línea ecuatorial, la temperatura iba creciendo gradualmente; que cuando el hombre de raza blanca rebasaba esa línea tornábase negro; que al paso que se avanzaba hacia el Sur, el calor se hacía intolerable, y que las regiones australes estaban habitadas por espíritus malignos. Más de medio siglo costó a los marinos portugueses el abrirse camino hacia el Sur, a lo largo de las costas occidentales de África, y cuando, casualmente, llegó Bartolomé Días al cabo de Buena Esperanza, tuvo que decidirse a afrontar los terrores de todos los sabios de la época, que juraban que los arrecifes del cabo Bojador habían sido colocados al sur de Marruecos para impedir que los hombres avanzasen hacia las regiones australes. Desafió también la amenaza de ser aniquilado por las líquidas llamas en que se aseguraba se convertían los rayos del sol más allá de dicho punto. Pero Días fue y volvió, y Colón se encontraba entre la muchedumbre que presenció su regreso triunfal a Lisboa.