Cómo los hombres más doctos de la época se pronunciaron contra los planes de Colón


No nos detendremos a explicar los largos años de vejaciones y deprimentes demoras que siguieron a la aparición de Colón en la corte de España. Todos sabemos que en unas ocasiones fue favorablemente acogido, y en otras, rechazado; que en ciertas épocas viose rodeado de honores, como un personaje oficial, y liberal-mente mantenido, pero de cuando en cuando, cada vez que instaba para ver realizados sus proyectos, procuraban alejarlo con variados pretextos.

Á menudo no acertamos a comprender las razones que le daban para rehusarle un modesto buque, que era cuanto él pedía. Todos sabemos cuan tentadoras eran sus promesas. Tenía la seguridad de llegar a la India, China y Japón, visitadas por Marco Polo, y de obtener las riquezas suficientes para equipar un ejército destinado a libertar para siempre los Santos Lugares del poder de los infieles. Abriría todo el mundo oriental a la influencia del cristianismo y, al mismo tiempo, iniciaría un comercio tan espléndido como el mundo jamás pudo soñar. Y todo esto, con sólo navegar una extensión no muy larga de camino alrededor del mundo.

¿Por qué, pues, habiéndolo escuchado el rey y la reina de España, quienes llegaron hasta señalarle pensiones y concederle ciertos honores, no accedían a sus deseos? Indudablemente, el dinero no era muy abundante. La gran guerra contra los sarracenos había agotado las arcas del tesoro nacional. Si hubiera sido posible llevar al ánimo de los sabios y poderosos de entonces el convencimiento de que los proyectos de Colón no eran disparatados, nada más fácil que hallar quien patrocinara la empresa; pero como los hombres más doctos de aquel período, a quienes el rey y la reina consultaron el plan, se pronunciaron contra él, los soberanos de España retrocedían aun ante el mezquino gasto que representaba el equipo de algunas modestas carabelas y sus escasas tripulaciones.

Diversas fueron las objeciones que se propusieron contra los razonamientos de Colón. Unos invocaron la supuesta imposibilidad de que existieran antípodas, por considerar este hecho incompatible con la unidad de la especie humana; otros alegaron pasajes de la Escritura mal interpretados; y no faltaron quienes adujeran las dificultades insuperables que había de ofrecer la empresa. Al decir de estos últimos, aun admitiendo que pudiera ser atravesada la zona tórrida, con su asfixiante calor, la circunferencia de la Tierra debía de ser tan grande, que por lo menos se tardarían tres años en recorrerla; y los que acometieran tan descabellada empresa perecerían de hambre y sed, dada la imposibilidad material de llevar provisiones para un período tan largo. Añadían a esto que aunque fuese redonda la Tierra, únicamente sería habitable su hemisferio norte, y sólo en esta parte podría hallarse cubierta por el manto protector de los cielos. El otro hemisferio sería un mero desierto de agua, un abismo sin fondo, un verdadero caos. Aun suponiendo que por este camino lograse un buque llegar a la otra extremidad de la India, jamás podría regresar; porque la redondez del globo presentaría ante él una especie de montaña a la que no podría subir, ni ayudado por los vientos más favorables.