En la madrugada del 3 de agosto de 1492 se hizo a la mar la expedición colombina


Estas opiniones fueron expresadas no por personas inconscientes ni por gentes sin instrucción, sino por los sabios más distinguidos de aquel tiempo; y ellas nos dicen con insuperable elocuencia la idea que los hombres de la época tenían formada del mundo en que vivían. ¿Es, pues, de extrañar que Colón fuese mirado en la corte como un hombre medio loco, casi como un impostor, cuando las personas más ilustradas se expresaban de este modo respecto de sus planes y proyectos? Su nombre convirtióse en motivo de chacota; hasta los niños se burlaban de él en la calle, cuando lo veían pasar. En su desesperación, brindó Colón sus proyectos a Génova, su país natal; y envió a Inglaterra a su hermano Bartolomé, para solicitar el apoyo y protección de Enrique VII. Dos veces partió para Francia, y se hallaba en el segundo de estos viajes cuando lo hizo retroceder un mensaje de la reina de España. Y a fe que ya era tiempo, porque el rey de Inglaterra lo había mandado llamar, y quién sabe si hubiera emprendido su viaje inmortal bajo el pabellón inglés. Pero la reina se había convencido, por fin, de la grandeza, sinceridad y sabiduría de aquel navegante humilde, dotado de penetrante mirada e imperturbable fe. Granada había sido, por fin, tomada a los sarracenos, y España se encontraba ya en libertad de buscar un nuevo mundo al otro lado de los mares. Ante las vacilaciones de Fernando para prestar su ayuda en la realización de la empresa, Isabel le había dicho: “Si no queréis emplear los tesoros de Aragón, yo empeñaré mis joyas para equipar las carabelas”. Por fin logróse habilitar tres naves pequeñas, tan pequeñas que sólo una de ellas, la nao Santa María, en la cual iba Colón como almirante, hallábase dotada de cubierta, las otras dos eran embarcaciones de remo, con velas, a las cuales se elevaron los costados para construir camarotes en que pudieran sus tripulaciones alojarse.

Ochenta y ocho personas tripulaban en total las tres pequeñas embarcaciones que en la madrugada del 3 de agosto de 1492 salieron del puerto de Palos, cercano al monasterio de Santa María de la Rábida, donde fuera acogido favorablemente Colón al pisar el suelo español.

Contaba entonces el almirante cuarenta y un años de edad, aunque sus encanecidos cabellos lo nacían parecer más viejo. Hasta Canarias navegaron sin novedad; pero la vista de una erupción del volcán de Teide, en Tenerife, suscitó los temores de la tripulación, porque no había un sólo hombre a bordo que no atribuyera a intervención demoniaca los fenómenos naturales, que en su ignorancia eran incapaces de explicarse. Perdióse de vista, por fin, la última isla del archipiélago canario, y aquellos rudos hombres lanzáronse hacia lo desconocido, hendiendo con las quillas de sus frágiles naves, silenciosas y augustas soledades, jamás surcadas por otra embarcación.