UNA CARRERA EN BUSCA DEL BOTE SALVAVIDAS


Una niña llamada Margarita, nacida y criada en un pueblo de pescadores en la costa escocesa, estaba durmiendo sola, con su madre, una noche de verano.

En las oscuras horas de la noche se levantó una tempestad, en que las olas se hinchaban estrellándose horrísonas contra los acantilados. Las madres, las esposas y las hermanas de los pescadores se despertaron sobresaltadas al oír aquel ruido, porque sabían que era el mensajero del peligro que corrían los seres queridos, que se hallaban lejos en las barcas de pesca. Al romper el alba, estaban ellas en la playa buscando con su vista en el horizonte las velas de las barcas, y mientras aguardaban atribuladas y temerosas, vieron con espanto una barca que, impelida por las olas, corría a estrellarse contra las agudas rocas para ser inevitablemente destruida.

Las mujeres, los niños y los débiles ancianos, que formaban en la playa angustiado grupo, extendían sus brazos hacia los desesperados hombres de la barca. No había quedado bote salvavidas alguno y todos los hombres y muchachos fuertes se habían ido a pescar, y ¿quién de entre aquella gente hubiese echado al agua un bote con un mar semejante? No obstante, era desgarrador y aterrante el cuadro que ofrecían aquellos hombres pereciendo ante sus ojos.

-¡Si lo supiesen por lo menos los hombres del bote salvavidas! -gritó una mujer joven.

La pequeña Margarita, que oyó esto, tuvo una idea luminosa. Preguntó con viveza si la barca podría aguantar mientras ella corría en busca del bote salvavidas que se hallaba a seis kilómetros a lo largo de la costa. Alguien dijo que no podría cruzar la corriente, pero Margarita ya había partido. Seis kilómetros se presentaban ante ella, y aquel arroyo también embravecido y desbordado que rugía como una fiera; y lo peor de todo era que la precipitada corriente había arrastrado el puentecillo de tablas.

Margarita se metió en la corriente que casi la arrastraba; la pobre niña iba tiritando, casi transida del frío que le penetraba hasta los huesos. Reunió todas sus fuerzas y logró pasar al otro lado de la corriente, avanzando palmo a palmo, hasta que estuvo por completo fuera del arroyo.

Por fin su vacilante pie pisó la calle del pueblo y apenas gritó débilmente que había una barca delante de las rocas, se desmayó. Pero había dado cima a su proeza. Tiernas manos femeninas la abrazaron, y los tripulantes del bote salvavidas pronto ocuparon sus sitios; echaron el bote al agua y volaron a fuerza de remos hacia el lugar del naufragio.

La hazaña de Margarita no fue en vano, porque el bote salvavidas llegó a tiempo y salvó a los tripulantes de la barca cuando ésta iba a estrellarse contra las rocas.