TRES VASOS DE AGUA FRÍA


Unas palabras pronunciadas por Jesucristo han repercutido en la historia entera de la humanidad, así en las épocas de hambre como en los días de batalla y en las horas de muerte. Son éstas: “que hacemos un servicio al Divino Maestro, con sólo dar en su nombre un vaso de agua fría al que tiene sed”.

El bravo soldado inglés sir Felipe Sidney pertenece al número de los que supieron sentir y vivir las palabras de Cristo. Poseía una grande instrucción y había viajado mucho; era poeta y músico, excelente atleta, buen jinete, y sobre todo, un cumplido caballero. La nobleza de su natural, la intrepidez de su ánimo y la gentileza de sus maneras, hacían de él la figura más notable y romántica de su tiempo.

Durante una gran batalla que se dio en Zutphen, este noble caballero recibió una herida mortal. Había peleado como un héroe. Después de perder en la refriega dos caballos que cayeron muertos debajo de él, siguió conduciendo a sus soldados, con valor temerario, a lo más recio de la pelea. Pero al fin, fue herido por una bala y, al tambalearse en la silla, el caballo se revolvió y salió desbocado del campo con su jinete.

Hallándose ya en el campamento pidió un vaso de agua. El día era excesivamente caluroso; la fiebre lo devoraba, y el dolor que le causaba la herida excedía sobremanera a todo encarecimiento.

A duras penas se le pudo procurar un poco de agua. Incorporóse sir Felipe, tomó la garrafa y a punto estaba de llevarla a los labios, cuando echó de ver que un pobre soldado herido clavaba ansioso los ojos en el refrescante líquido.

La expresión de aquella mirada le hizo olvidar su propio dolor. Con noble sonrisa alargó su brazo y depositó la garrafa de agua en la mano del soldado moribundo, exclamando:

-¡Camarada, tu necesidad es mayor que la mía!

Otro héroe se inmortalizó de igual modo por un hecho algo semejante. Es éste el generoso Rodolfo de Habsburgo, cuyos descendientes gobernaron hasta la guerra de 1914-18 en Austria, el reino creado merced a su denodado esfuerzo.

En cierta ocasión, Rodolfo se hallaba con su ejército en un lugar donde todos padecían una sed terrible. Alguien halló modo de procurarse un vaso de agua e inmediatamente le fue llevado a Rodolfo, como grande e inapreciable tesoro. Tomó el codiciado vaso en sus manos y exclamó: “Yo solo no puedo beber. Todos no pueden participar de este pequeño sorbo. La sed que me acosa no es solamente mía, sino de todo mi ejército”. Y diciendo esto, inclinó el vaso y derramó en el suelo su contenido.

Podemos añadir aún otro hecho bajo el título de “Tres vasos de agua fría”, pues es también un hermoso ejemplo de espíritu cristiano, aunque de un carácter nuevo y sorprendente.

Durante las guerras del siglo xvii, entre Dinamarca y Suecia, cierto soldado danés herido se disponía a beber de una botella de madera llena de agua, cuando oyó lamentarse a un sueco que yacía en tierra a corta distancia, desangrándose.

El buen danés arrastróse hasta su enemigo y usando las mismas palabras de sir Felipe Sidney: “Tu necesidad es mayor que la mía”, se arrodilló y le acercó el agua a la boca. Pero el sueco, alzando súbitamente una pistola, hizo fuego e hirió al danés en el hombro.

-¡Villano! -exclamó el dos veces herido soldado de Dinamarca-. Deseaba hacerte un favor y en recompensa tú quieres asesinarme. Pues bien; te hubiera dado toda la botella, pero, en castigo, ahora tendrás que conformarte con la mitad de ella.

Y así diciendo levantó el recipiente que contenía el refrigerante líquido, bebió de él y luego lo depositó en la misma mano que había intentado quitarle la vida.