También entre los pilotos de planeadores se cuentan sacrificados precursores


Hoy estamos acostumbrados a la perfección de los vuelos sin motor, a tal punto que se nos antoja increíble que en algún momento pudiera haber constituido un grave riesgo el tripular los gobernables planeadores. La guerra de 1939-1945 utilizó pródigamente este recurso, y allí quedan para comprobar nuestro aserto la invasión alemana a la isla de Creta, la de los aliados a las playas del norte de África, o hazañas aisladas de la magnitud de las realizadas por el alemán Otto Scorszeny. Empero, para alcanzar ese dominio del aire en el vuelo a vela, hubo quienes hicieron holocausto de sus vidas. Tal el piloto alemán Groenhoff, uno de los primeros en alcanzar alturas superiores a los 2.000 metros con ese tipo de aparatos. Groenhoff había sobrevolado a Munich durante una tempestad, en 1931, y logrado un récord de altura y de distancia recorrida. Sin embargo, el 23 de julio de 1932, en un día en nada semejante a aquel en que tuvo que evitar la furia desatada de los elementos, su planeador sufrió una pérdida súbita de velocidad, y se desplomó como una ave herida, sin que el hábil piloto lograra hacerle recuperar su planeo, hasta que se estrelló en tierra. Los discípulos de Groenhoff prosiguieron con tal entusiasmo y perseverancia la obra, que sólo seis años después otro alemán, Drechsel, batió el récord mundial de altura con planeadores, llegando a los 8.000 metros sobre el nivel del mar. En los años siguientes el dominio del vuelo planeado fue tan perfecto, y se llegó a adquirir tal práctica para aprovechar las corrientes aéreas, que los pilotos vuelan hoy fijándose de antemano los lugares de destino.