Los grandes aeronavegantes que se perdieron en la inmensidad del océano


El 10 de junio de 1933 dos aviadores militares españoles, el capitán Mariano Barberán y el teniente Joaquín Collar, realizaron un vuelo de extraordinarias proyecciones, al cruzar el Atlántico por su parte más ancha, esto es, de España a Cuba. Como únicos tripulantes de su avión Cuatro Vientos, los valientes pilotos hispanos partieron de Sevilla y aterrizaron en Camagüey (Cuba), después de 39 horas de vuelo continuado, llevado a cabo en perfectas condiciones. Pocos días después la tragedia empañó el júbilo con que ambos mundos celebraban la hazaña: Barberán y Collar partieron de La Habana con rumbo a México, y poco después se desencadenó una tormenta que, al parecer, cogió al Cuatro Vientos en sus furiosos embates, pues nunca más se supo de él ni de los dos aviadores que lo tripulaban, descontándose que debieron hundirse en las profundidades del golfo de México.

Tres años después, la crónica periodística mundial daba otra noticia de caracteres similares: Jean Mermoz, uno de los aviadores más famosos de Francia y de todo el mundo, que prácticamente había creado la aviación postal transoceánica, y que en su famoso aeroplano Arc-en-Ciel había sido el primero en atravesar el océano Atlántico en viaje de ida y vuelta, era dado por perdido. Mermoz realizaba en esa ocasión uno de sus ya rutinarios viajes hacia las posesiones coloniales francesas; la última noticia que se tuvo de su avión, el Cruz del Sur, lo señalaba volando a lo largo de la costa africana de Dakar. Era el 7 de diciembre de 1936. Jamás volvió a saberse de él: el océano, como cobrando venganza de los que lo habían vencido, había devorado una nueva víctima.

Amelia Earthart fue la primera mujer que voló sola, sobre ambos océanos. En 1932 atravesó el Atlántico, y tres años después hizo lo mismo con el Pacífico, desde Hawaii a California. En ambas ocasiones demostró excepcionales dotes de aeronauta, pollo que se la consideró entre los mejores pilotos del mundo.

Por eso, cuando en julio de 1937 anunció su propósito de batir el récord de velocidad en la vuelta al mundo en aeroplano, los círculos aeronáuticos mundiales esperaban confiadamente la noticia del triunfal término de la empresa. Nadie esperaba que el nombre de Amelia Earthart fuera a agregarse a la lista de los que el océano sepultó bajo sus oscuras aguas. Empero, esto fue lo que aconteció; durante muchos días unidades de la marina y de la aviación de Estados Unidos de América patrullaron la región aledaña a las islas Howland, donde se estimaba que debía haberse producido el accidente, pero sin resultado. Amelia Earthart y Fred Noonam, que la acompañara en calidad de navegador, habían desaparecido para siempre. La mujer que venció las soledades hostiles del Pacífico en 1935, pertenecía ya a la categoría de los héroes semilegendarios de la aviación.