LA REINA AMIGA DE COLON


Fue la reina doña Isabel de Castilla no sólo una de las más hábiles soberanas, sino también una de las mujeres más generosas.

Pedro Mártir de Anglería, que vivía en palacio y la conocía bien, escribió al arzobispo de Granada el día en que falleció la reina: “No tengo fuerzas para mover la mano ante tal desgracia. El mundo ha perdido su más noble ornamento. Era el espejo de todas las virtudes, el escudo del inocente y la vengadora espada contra los malvados”.

Isabel era reina de Castilla por derecho; y por su casamiento con Fernando, rey de Aragón, quedaron unidos los dos Estados que hasta entonces habían constituido partes separadas de España.

Entre otros muchos rasgos nobles, hay uno por el cual el mundo entero debe a Isabel de Castilla eternas muestras de gratitud. Apiadada de los sufrimientos de los heridos, pagó cirujanos que siguieran al ejército y curaran a los soldados que caían en el campo de batalla. Levantábanse seis grandes tiendas, llamadas el “Hospital de la Reina”, y en ellas quedaron instaladas las camas y todo lo necesario para la ruda cirugía usada en aquellos tiempos. Esto revela la magnanimidad de aquella bondadosa señora a la que se debe la instalación del hospital de campaña empleado en la guerra.

Muchas historias se refieren acerca de la generosidad, religioso fervor, humildad y prudencia de la reina en el gobierno de su pueblo.

Isabel la Católica es bien conocida como amiga y auxiliadora de Colón. En un principio, creyeron ella y su marido que Colón era un aventurero necesitado y lo despidieron, pero el contador Santángel acudió en su auxilio y entonces la reina se dejó ganar. No vaciló mucho tiempo, sino que tomando con calor la cuestión de los procedimientos y medios, declaró que, como reina de Castilla, hacía suya la empresa y que vendería sus joyas para pagar el coste de la expedición. Santángel agradeció profundamente el ofrecimiento de la reina, pero dijo que no era necesario vender para ello todas sus alhajas.

Desde entonces tuvo Colón entrada ante la real presencia, y el 17 de abril de 1492 Fernando e Isabel le otorgaron autorización para que pudiera emprender su viaje a Occidente.

Todos conocen la historia de aquella grandiosa aventura. La bondadosa reina se negó a consentir que fuesen conducidos a España, como esclavos, los indígenas de América y mandó a algunos capitanes que los habían traído regresaran para devolverlos a su tierra natal.