EL HOMBRE QUE SALVO A SAINT HELIER


Los habitantes de la isla de Jersey celebraban el aniversario de la coronación del rey Jorge, el 4 de junio de 1804. El regocijo era general; y durante toda la mañana las piezas más gruesas de los fuertes habían estado disparando las salvas reales. Contábase entre esos fuertes el llamado New Fort, emplazado en una altura junto a Saint Helier.

Los cañones eran disparados por medio de largos palos previamente sumergidos en azufre, que parecían fósforos gigantescos. Concluidas las salvas, los “fósforos” que no se habían utilizado fueron devueltos al almacén de pólvora, donde se guardaban millares de barriles. Los soldados encargados de la mencionada operación cerraron entonces el almacén y el oficial de artillería, capitán Salmón, se llevó las llaves.

No se pensó más en ello hasta el anochecer; pero entonces los centinelas que hacían sus rondas notaron que salía humo de debajo de la puerta. Corrieron al punto a avisar el peligro, gritando: ¡Fuego! El oficial de señales, cuyo nombre era Lys. bajó apresuradamente de su puesto de guardia en la colina, y al llegar al almacén de pólvora encontró que salía muchísimo humo de ambos extremos del edificio.

Dos carpinteros, llamados Eduardo y Tomás Touzel, estaban con el oficial de señales, y Tomás fue encargado de llevar inmediatamente la noticia al comandante en jefe y de volver con las llaves de las puertas del almacén lo más aprisa posible.

Al partir, instó a su hermano Eduardo a que lo acompañara, o a que, a lo menos, se alejara del peligro; pero Eduardo contestó:

-Todos tenemos que morir algún día y mi intención es salvar el almacén, si puedo.

Luego llamó en su ayuda a algunos soldados; y uno de ellos, de nombre Ponteney, respondió:

-Estoy dispuesto a arrostrar el riesgo.

Touzel cogió entonces una gruesa barra de hierro con la que desencajó la verja colocada alrededor del almacén, y tras grandes esfuerzos consiguió forzar la puerta del edificio, de la que salieron al instante densas columnas de humo. Grandes pilas de fósforos y muchas de ¡as cajas de municiones ardían ya; y las llamas empezaban a envolver dos grandes barriles llenos de pólvora. Era evidente que de un momento a otro iba a ocurrir una tremenda explosión, y que todos los que se hallaban allí cerca serían probablemente hechos trizas.

Pero Eduardo Touzel, aunque comprendía claramente la inminencia y gravedad del peligro, no era hombre capaz de volverse atrás. Penetró corriendo en el almacén, cogió grandes brazadas de los ardientes fósforos y los arrojó a Lys y a Ponteney, quienes, a su vez, los echaron a mayor distancia de la entrada.

El heroico Touzel no cejó hasta que toda la piel de su cara y manos quedó chamuscada completamente, y él a punto de perecer sofocado por la espesa humareda. Entonces acudieron de todas partes soldados con cubos de agua, y el incendio pudo ser dominado.


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