EL BRAVO CONDESTABLE DUGUESCLÍN


Los franceses han glorificado el nombre de Duguesclín, héroe de la Edad Media. Todavía hoy los niños franceses escuchan encantados los relatos de sus dichos y hechos.

Bertrán Duguesclín nació allá por los años de 1314 a 1320, en un castillo de Bretaña. Seguramente que de niño no fue muy simpático; por el contrarío, se distinguía por ser testarudo, caprichoso, pendenciero, siempre dispuesto a reñir con todo el mundo. Un antiguo cronista dice de él que era el niño más feo entre Rennes y Dinant, amigo de vagabundear con otros muchachos y a quien nunca se logró hacerle aprender una letra. Por lo menos no puede negarse que era sumamente indócil e inquieto; a los diez y seis años huyó de la casa paterna.

Pero, a pesar de todos sus defectos, el muchacho poseía todas las dotes de un gran general. Era de complexión robusta, soldado valiente y entusiasta defensor de su país, de modo que sus compatriotas se vanagloriaban de poseer en él al general más valiente de Europa. La primera guerra en que se halló Duguesclín fue la de Sucesión en Bretaña; atrajo luego la atención de su rey, Carlos V, quien vio en él al verdadero jefe que necesitaba para arrojar a los ingleses de Francia. Después del Tratado de Bretigny, las compañías blancas, compuestas de soldados mercenarios, se desmandaron y diéronse a robar y asesinar a los habitantes, dejando la región en tan lamentable estado, que el rey Carlos ordenó a Duguesclín librase el país de aquellos merodeadores. El bretón consiguió reunir a todas aquella? bandas de terribles aventureros y los condujo a una expedición contra Pedro el Cruel, rey de Castilla, cuyas crueldades dieron pretexto a su hermano bastardo, Enrique, para disputarle el trono, después de haber implorado el auxilio del rey Carlos de Francia. Vencido Pedro, fue atraído por Duguesclín a su tienda, y entrando en ella Don Enrique, empeñóse entre los dos hermanos una lucha cuerpo a cuerpo Dícese que Enrique, que era menos fuerte, cayó debajo, pero que Beltrán les hizo dar la vuelta y le puso encima, diciendo: "Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor", frase que ha llegado a ser proverbial.

Duguesclín, pues, salió victorioso de su empresa, pero habiendo sido enviado el Príncipe Negro por Eduardo de Inglaterra en favor de los partidarios de Pedro, algunas de las compañías blancas se pasaron al ejército de su jefe favorito, el Príncipe Negro; Duguesclín fue derrotado y hecho prisionero en la batalla de Navarrete, cerca del Ebro, en 1367, y llevado a Burdeos, en donde pronto se cansó del pesado cautiverio a que se le había sometido.

Refiérese que, yendo una vez a visitarle el Príncipe Negro, le dijo: -¿Qué tal Beltrán? -Bien-repuse éste,-porque dicen que soy el más grande caballero del mundo, desde que no permitís vos que se me rescate.

Picado el Príncipe, le propuso que él mismo fijase el precio de su rescate.

-Cien mil libras-repuso Duguesclín.

Era ésta una suma inmensa en aquellos tiempos, por esto, maravillado en extremo, le preguntó el inglés de dónde sacaría tanto dinero.

-No hay muchacha en Francia que no esté dispuesta a tejer una rueca llena para pagar mi rescate.

En efecto, los franceses le rescataron, y Carlos le hizo Condestable de Francia. Murió el Príncipe Negro, y poco a poco Duguesclín libertó a su país natal. Hallándose este héroe sitiando un castillo en el Languedoc, el gobernador inglés prometió entregarlo en un día determinado, si antes no eran socorridos. Pero murió Duguesclín antes del día señalado para la entrega del castillo, de modo que no pudo tomarlo. Con todo, el gobernador inglés, haciendo honor a su palabra, se presentó en el campo del enemigo con toda la guarnición y depositó las llaves del castillo encima del féretro del héroe.

Las últimas palabras de Duguesclín fueron: "Nunca olvides, dondequiera que hagas la guerra, que el clero, las mujeres, los niños y los pobres no son tus enemigos". Este principio siguió en todas sus campañas y batallas este bravo y caballeroso guerrero.