COMO RÉGULO REGRESO A CARTAGO PARA MORIR


Hacia muchos años que los ciudadanos de la antigua Roma iban extendiendo sus dominios, hasta que, en el año 270 antes de Jesucristo, gobernaban casi toda Italia. Los romanos cruzaron entonces el estrecho e invadieron la isla de Sicilia, donde se pusieron en contacto con otra raza de valientes aventureros llamados cartagineses, que se dedicaban también a la conquista de nuevos territorios.

Así comenzó entre ellos una lucha terrible por la posesión de la isla.

Al principio les sonreía la victoria a los romanos, tanto por tierra como por mar, y entusiasmados por el éxito decidieron llevar la guerra al África, enviando allí un gran ejército al mando de Atilio Régulo, que al desembarcar barrió cuanto encontró a su paso hasta llegar a la vista de Cartago. Ya debe suponerse que entonces levantáronse los prósperos cartagineses como un solo hombre para defender sus lares, y vencieron, por fin, a los romanos. Régulo y una multitud de oficiales y soldados fueron hechos prisioneros y conducidos a Cartago.

Empero la guerra continuó hasta que, al cabo de catorce años, eran tan grandes las pérdidas sufridas por ambas partes, que los cartagineses ansiaban ya poder firmar la paz. Hicieron comparecer con este objeto a Régulo, a quien aún retenían prisionero, y le dijeron:

-Estamos ya cansados de la guerra y vamos a enviar una embajada a Roma para que procure arreglar los términos y las condiciones en las cuales se pueda firmar la paz y efectuar el canje de prisioneros con los senadores romanos. Iréis, pues, a Roma y ejerceréis vuestra influencia para que se firme el convenio; pero antes, dadnos vuestra palabra de honor de que si. fracasáis en la empresa, volveréis a constituiros prisionero.

Cuando la embajada llegó a las puertas de Roma, Régulo, de pie y sin moverse, exclamó:

-Ya no soy ciudadano romano ni senador de esta gran ciudad; tampoco quiero entrar en ella ni sentarme en los escaños del noble Senado.

Al conocer semejante resolución, envió el Senado algunos de sus miembros para que conferenciaran con Régulo, en presencia de la embajada, sobre si tenían que ceder. Pero el intrépido general dijo valientemente:

-¿Qué nos importa rescatar a prisioneros que se han sometido vergonzosamente cuando empuñaban todavía las armas? Dejadles que perezcan; dejad que prosiga la guerra contra Cartago hasta que sea vencida.

El consejo de Régulo prevaleció; regresó a Cartago la fracasada embajada y con ella, fiel a su palabra, el impávido patriota, a pesar de que sabía ya que no obtendría clemencia alguna de sus enemigos, cuyas esperanzas de paz y prosperidad había trastornado de modo tan inflexible. Las márgenes del Tíber estaban llenas de conciudadanos suyos, mientras se embarcaba en la nave que debía conducirlo al otro lado del m-T. El momento más glorioso de su vida fue aquel en que, de pie en la cubierta y con la frente erguida, se despedía para siempre de sus compañeros del Senado, a cuyo vacilante valor había infundido nuevos alientos.

Régulo, pues, regresó a Cartago y el consejo que diera a los senadores romanos fue nuevamente repetido a los crueles cartagineses, que no tuvieron bastante nobleza de ánimo para respetar la vida de un patriota valeroso, y sí la crueldad de condenarlo a muerte. Tal es un ejemplo de carácter. El carácter es el resultado de la lucha ardua, de la autoeducación, de la abnegación, de la batalla espiritual sostenida con virilidad. Y esta batalla ha de librarla cada uno por sí solo hasta que venza.

Se nos ocurre que el ejemplo de Régulo fue el que inspirara al poeta latino, al escribir:

"Justum ac tenacem propositi virum, Si fractus illibatur orbis, Impavidum ferient ruinae".

Al hombre justo y firme en sus propósitos, aunque el mundo resquebrajado caiga, lo encontrarán impávido las ruinas...


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