Período radiactivo, la enorme energía almacenada en los núcleos


A ninguno de nosotros se le ocurriría acercar un fósforo encendido a un tanque lleno de nafta, pues la explosión sería inevitable. Hemos visto ya que en los núcleos de los elementos hay almacenada una enorme energía, por lo que también ellos pueden dar origen a explosiones. En los núcleos radiactivos estas explosiones ocurren espontáneamente, liberando energía en forma constante por medio de haces de partículas, hasta convertirse en otro elemento cuyo núcleo es, en definitiva, estable. Para que esta explosión tuviese un efecto similar al de una bomba, tendría que ocurrir que todos los núcleos explotasen al mismo tiempo; si así fuese, entonces una sustancia se transformaría en otra instantáneamente. Pero esto no ocurre.

Si tenemos un papel cuadriculado en blanco, y comenzamos a pintar, al azar, cada cuadrito con color rojo, necesitaremos cierto tiempo para que todo el cuadriculado sea rojo. Con los cuerpos radiactivos ocurre una cosa parecida, esto es, también ellos tardan cierto tiempo para que todos sus átomos se transformen en otros. Pero he aquí que esto ocurre de una manera extraña y a la vez interesante. Supongamos que tenemos cuatro mil cuadraditos blancos; si para pintar dos mil, o sea la mitad, tardamos una hora, es lógico que para pintar la mitad de los que restan, o sea mil, tardemos media hora. Esto se debe a que el número de cuadraditos pintados en un segundo es siempre el mismo, y no depende del número total que debamos pintar. Con los átomos radiactivos no sucede igual; el número de átomos radiactivos que se desintegran o transforman en un segundo no es siempre el mismo, sino que depende del número total de átomos radiactivos presentes en este momento. Y el fenómeno es interesante por lo siguiente: si por ejemplo tenemos cuatro mil átomos de un elemento y en un segundo se desintegran la mitad, quedarán dos mil; durante el segundo siguiente se desintegrarán mil, o sea también la mitad, y así quedarán mil. El proceso continúa siempre de la misma forma, de modo que en el próximo segundo se desintegrarán quinientos; vemos, pues, que en igual tiempo se desintegran distintas cantidades de átomos.

Veamos ahora otro ejemplo: si tenemos mil átomos del isótopo de masa atómica 218, del polonio, a los tres minutos sólo quedarán quinientos pues los otros se habrán transformado en plomo 214; tres minutos después quedarán doscientos cincuenta y al cabo de los tres minutos siguientes sólo ciento veinticinco. El proceso continúa de esta manera hasta que todo el polonio 218 se ha transformado en plomo 214. Se dice entonces que el polonio 218 tiene un período radiactivo de tres minutos. Luego, el período de una sustancia radiactiva es el tiempo necesario para que se transformen la mitad de sus átomos. Cada elemento radiactivo tiene su propio período; algunos se transforman muy rápidamente, por tener períodos menores que un millonésimo de segundo; en cambio, otros lo hacen muy lentamente, tal por ejemplo el torio 232, cuyo período es de catorce mil millones de años, o el uranio 238, con un período de 4.500 millones de años. No se ha encontrado hasta hoy ningún medio que sea capaz de modificar los períodos radiactivos, o sea acelerar o retardar las transformaciones, o desintegraciones, como suele también decirse. Se mantienen rigurosamente constantes, tanto en la radiactividad natural como en el desarrollo de la artificial.