La aguja de los chinos, antigua aguja de marear


Si apoyamos una aguja magnética por su centro de gravedad sobre una varilla vertical, veremos que oscila un momento y luego queda señalando aproximadamente la dirección norte-sur; si la queremos apartar de esa posición, veremos que siempre volverá a ella. Ya sabemos que los extremos de la aguja se llaman polos; si a uno de ellos lo pintamos de rojo y al otro de azul, para reconocerlos -también se les puede poner cualquier otra marca-, veremos que uno de ellos siempre indica el Sur. Ello nos prueba que hay algo que diferencia a ambos polos y es por eso que llamaremos polo norte de la aguja al que mira al Norte y polo sur al que mira al Sur. Este fenómeno de orientación es aprovechado en un aparatito que todos conocemos: la brújula.

Muchos historiadores afirman que mil años antes de Cristo existía en la China un aparato magnético en forma de hombre: el brazo extendido de este muñeco indicaba permanentemente el Sur. Parece que estos muñecos eran empleados cuando hacían largos viajes por tierra.

Los árabes conocían también desde muy antiguo la brújula. En el siglo xiii vivía en El Cairo un sabio mineralogista llamado Quibchaqui. Durante un viaje que hizo de Siria a Alejandría vio que determinaban la dirección del trayecto mediante un alambre de hierro previamente frotado con una piedra imán. El alambre de hierro flotaba sobre una vasija, apoyado sobre un trozo de madera.

No se sabe cómo llegó la brújula a los países europeos. Sin embargo, está perfectamente determinado que ya en el siglo xiii se la empleaba para navegar y para orientarse en las minas. Hay un escrito de 1269, de un tal Pedro Peregrino, ingeniero militar, que da instrucciones para quien desee construir brújulas.

Conviene mucho tener una brújula para poder realizar experiencias muy interesantes, tanto en magnetismo como en electricidad.