LA ATMOSFERA QUE NOS ENVUELVE


Los seres vivos que pueblan la corteza terrestre gozan de la protección de una capa de aire, llamada atmósfera. Efectivamente, este manto aéreo, no sólo los alimenta con oxígeno, sino que también evita la llegada en profusión, desde el Sol hasta la superficie de la Tierra, de algunos rayos dañinos, e impide que la humedad necesaria para la vida se escape al espacio interestelar. Por otro lado, permite al hombre los vuelos en distintos mecanismos de su invención y la audición de sonidos. Analizada la atmósfera por medios químicos, demuestra estar compuesta por gases que se desplazan fácilmente, para dar origen a los vientos por todos conocidos. Dado que el aire cambia de peso específico, al variar la altura, varía naturalmente la resistencia que opone a los objetos que lo atraviesan. Es ésta tan grande en las capas inferiores, que los meteoritos, por ejemplo, que circulan a bajísimas temperaturas ante los astros, se incendian al cruzar la atmósfera, debido al calor desarrollado por la gran fricción que se produce con ella.

La atmósfera parece absolutamente transparente en un día de cielo diáfano, sin nubes, pero en realidad no es así, porque entonces, en los momentos de pleno mediodía, veríamos un firmamento oscuro, negro, en cuyo seno el Sol refulgiría con rayos tan hirientes para nuestros ojos, que acabaríamos por perder la vista. Demos gracias, pues, a las menudas partículas de gas que forman la atmósfera, porque ellas absorben la luz solar, especialmente los rayos de color rojo. Como los restantes rayos que integran la luz poseen un tinte azulado y no son tan absorbidos por el aire, el cielo parece azul.