La fantástica velocidad de la luz: 300.000 kilómetros por segundo


Hay algo referente a la luz que todos sabemos, que todos hemos observado alguna vez: la forma en que se propaga. ¿Quién no se ha divertido mirando el rayo de luz solar que entra en una pieza oscura por un agujero? Entonces habremos visto que ese haz luminoso forma una perfecta línea recta.

Ocurrirían cosas muy graciosas si no fuera así. Imaginemos un cruce de calles; un carro se acerca por una calle y un camión por la otra. ¿Qué ocurriría si la luz diera vuelta a la esquina, es decir, si se propagara en línea curva? El conductor del carro vería el camión, entonces pararía y no se produciría el choque. Bien sabemos que es imposible ver en la calle transversal antes de llegar a la esquina; sin embargo, en el caso de que lográramos torcer el curso de los rayos de luz, nos sería posible ver. ¿Cómo deberíamos hacer para torcer los rayos de luz? Bastaría colocar un espejo, para que los rayos rebotasen y nos facilitaran la visión.

Con respecto a la velocidad, en la antigüedad se creía que la luz se propagaba instantáneamente; se pensaba, pues, que si se encendía un fuego en lo alto de una montaña, en ese preciso instante la luz producida podía ser vista por una persona que se encontrase a varios kilómetros de distancia. Ahora sabemos que no es así: la luz se propaga con una velocidad que es verdaderamente fantástica: 300.000 kilómetros por segundo. Pero por grande que sea la velocidad de un vehículo, tarda cierto tiempo en ir de una parte a otra.

Galileo fue uno de los primeros en sospechar que la luz no se propagaba instantáneamente. Pensó que para ir de un lado a otro necesitaba cierto tiempo y se propuso medirlo; para ello inventó un procedimiento muy sencillo, y, con ayuda de un amigo, decidió realizar el experimento; uno de ellos se colocaría en un lugar prominente, en lo alto de una colina, por ejemplo, y el otro a una distancia de un kilómetro. Ambos pusieron sus relojes a la misma hora, y convinieron que el primero encendería una linterna a las doce de la noche exactamente. Si el que estaba abajo observaba la luz a las doce y dos segundos, entonces evidentemente la luz habría tardado dos segundos en recorrer los mil metros que separaban a los dos amigos, de modo que la velocidad sería de 500 metros por segundo. Con sorpresa, sin embargo, Galileo y su amigo vieron que la luz no tardaba nada en recorrer el camino que los separaba. Y no era tampoco posible arribar a otra conclusión más precisa.

¿Tenían razón, entonces, los antiguos, cuando decían que la velocidad de la luz era infinita? Galileo debe de haber quedado sorprendido; sin embargo, hoy sabemos que no estaba mal encaminado: tenía mucha razón en sospechar que la luz requería cierto tiempo para ir de un lado a otro. Su experimento fracasó, no obstante, porque esa velocidad es tan grande que no era posible de ninguna manera medirla con el método grosero empleado por el físico italiano. Sabemos ahora que esa velocidad es de 300.000 kilómetros por segundo, de modo que para recorrer la distancia que separaba a Galileo de su amigo, la luz no tarda más que 0,000003 de segundo, tiempo pequeñísimo, que Galileo no hubiera podido medir ni aun con el mejor cronómetro de los empleados en nuestro tiempo.