De la palidez sagrada del Greco a la luz vibrante de Ribera


El siglo xvii es el siglo de oro de la pintura española. El primer artista que se destaca en él es Francisco Ribalta, quien entronca con los pintores del siglo anterior, aunque no tuvo ya la inclinación renacentista por el dibujo y la forma, sino un nuevo interés, más pictórico, centrado en las calidades materiales y los efectos de iluminación.

Junto a Ribalta descuella otra figura de indiscutibles méritos: José de Ribera, más estimado en Italia que en su propia patria. Como alarde de realismo, éste introdujo lo feo en el arte, detalle que tampoco despreció Velázquez. En Ribera se funde el realismo español con el italiano. Este último le viene de Caravaggio, el pintor napolitano que tanto admiró.

José de Ribera nació en Játiva (España), en 1588, y murió en Nápoles, en 1656.

Admirador de Caravaggio. estudió también al gran Rafael y a los Carra-ci, y adoptó finalmente el estilo de estos últimos, aunque pronto lo superó. De Roma se trasladó a Nápoles, donde un experto en cuadros, vislumbrando el porvenir de Ribera, le ofreció en matrimonio una de sus hijas, que el pintor aceptó. Solucionados en parte sus problemas, se dedicó de lleno a la pintura e hizo adelantos prodigiosos en la temática que prefirió: la de los grandes efectos dramáticos y los horribles estragos del tiempo.

Los cuadros de Ribera se pusieron pronto de moda en Nápoles; lo llamaban el Españoleto, por su nacionalidad y su baja estatura. Fue un pintor verdaderamente realista; dejó también algunas Concepciones de incomparable belleza.

Ribera ejerció gran influencia tanto en los pintores de la escuela sevillana que fueron sus contemporáneos como en los que surgieron después.

Discípulo de Ribalta, su pintura es viril y sintética, y ocupa un lugar destacado dentro de la. evolución pictórica de España. Dibujante impecable y dominador de los efectos de color, luz y forma, es uno de los más grandes pintores del período barroco.