La labor artística cumplida por Leonardo en Milán


Además de estas múltiples tareas que hemos esbozado ligeramente, su permanencia en la corte de los Sforzas fue beneficiosa para las artes. Una de sus mayores glorias, en ese sentido, fue la innovación que introdujo en pintura y escultura, dotándolas de la plasticidad y el realismo que palpitan en la vida misma.

Durante cierto tiempo estuvo trabajando en una gran estatua ecuestre de Francisco Sforza y en pintar su famoso fresco La Última Cena. Quiso que la primera fuera colosal: debían entrar en ella unos 50.000 kg de bronce, cantidad difícil de reunir, por cuya razón sólo completó el modelo en yeso, el que fue destruido por la soldadesca de Luis XII, rey de Francia.

Mientras esculpía la estatua en la ciudadela, atendía también los frescos para el refectorio de los dominicos del monasterio de Santa María delle Grazie, situado en el extremo opuesto de la ciudad.

Durante la realización de ambas obras tuvo que hacer curiosos e interesantes estudios. Solía reunir grupos de personas a quienes mantenía con sus propios medios, no sólo por el simple placer de hacerlo, sino para poder efectuar interesantes observaciones que luego trasladaba a los personajes de sus obras.

Leonardo fue el primero en trazar con los colores de su paleta seres humanos dotados de rasgos sublimes que encarnan emociones diversas. Fue un trabajador infatigable que comenzaba sus tareas al amanecer y las continuaba hasta la puesta del sol. Absorto en ellas, se olvidaba a veces hasta de comer, ignorando a los monjes y curiosos que solían contemplarlo en silencio mientras trabajaba. Si se le ocurría una idea, la apuntaba con cuidado en un librillo de memorias que siempre llevaba consigo, o se dirigía por el camino más corto al monasterio para incluirla en sus bocetos; de ese modo, consciente de su propia obra, Leonardo pintaba, aun sin saberlo, para la posteridad.