Concepción de uno de los frescos más célebres


Poco es lo que ha quedado del arte de Leonardo; en parte, por circunstancias fortuitas; en parte, por su obstinación de trabajar en medios impropios, y en parte por la desconfianza que tuvo de sus propias fuerzas.

Encabeza la lista de lo que nos queda de él, el magnífico fresco, o pintura mural, que conocemos con el nombre de La Última Cena. Cuando pensamos en la última reunión que Jesús mantuvo con sus discípulos, tal como la relatan los Evangelios, recordamos esa maravillosa obra de Leonardo. Resulta interesante observar los rostros de estupor, horror, miedo, asombro y curiosidad de los apóstoles al escuchar las palabras del Maestro: “En verdad os digo, uno de vosotros me traicionará”.

En el extremo izquierdo de la mesa, el joven Bartolomé mira a Judas con indignación, en tanto que a su lado Andrés se vuelve al traidor como para aplastarlo. Simón, anciano ya, en el extremo opuesto, parece no dar crédito a las palabras del Maestro; pero Mateo le muestra lo que sus ojos ven, señalando a Judas, quien ha derramado la sal sobre la mesa y aprieta convulsivamente con la mano derecha los treinta denarios de la traición. Entre Simón y Mateo surge Tomás, quien parece protestar contra lo que se afirma, juzgando imposible que hubiera entre ellos alguien capaz de tal crimen. Esos Apóstoles han sido considerados como la expresión de los instintos, porque se atienen al realismo de las cosas. Pedro, Santiago el Mayor y Santiago el Menor, los hombres de acción, aparecen indignados al pensar en un acto de tal naturaleza. Finalmente, al lado de Jesús, dos figuras jóvenes: una, la del discípulo amado, Juan, la voz del Evangelio, deja caer pensativa y pesarosa la cabeza, como aplastado por un profundo dolor, así como la otra, la de Felipe, parece querer defender su inocencia. Estos dos apóstoles y Jesús representan la faz espiritual del conjunto, que fue terminado en 1498.

Leonardo dejó inconclusa la cabeza de Jesús porque, según su propia expresión, se sintió incapaz de representar con elementos terrenales una belleza sobrenatural, que está por encima del arte humano.

Con respecto a este maravilloso fresco existe otra anécdota, que da idea de la personalidad e ingenio de Leonardo. Parece ser que el prior del convento, que era un hombre de cortas luces, se quejó a Sforza diciéndole que a pesar de que sólo faltaba una cabeza por terminar, el artista se demoraba en concluir la obra. Interrogado por Ludovico, Leonardo le respondió que dedicaba dos horas diarias al cuadro, a lo que el prior respondió que hacía más de un año que no pisaba el convento. Advertido por el duque, Leonardo respondió: “Es verdad que hace mucho que no pongo los pies en el convento; pero también es verdad que he consagrado dos horas diarias a mi trabajo; me falta terminar la cabeza de Judas; para darle los rasgos convenientes y la expresión de maldad que deben caracterizarla, hace más de un año que frecuento los lugares más sospechosos de la ciudad, donde se reúne la gente del hampa, sin que hasta hoy haya dado con el modelo que busco. Éste es el último requisito; una vez encontrado el modelo, el cuadro estará terminado en un día; no obstante, si a pesar de mis esfuerzos y pesquisas no hallo lo que deseo, me contentaré con la cara del prior, que servirá perfectamente a mi propósito. Y si antes no me inspiré en ella fue por parecerme demasiado atrevimiento, hallándome dentro de su convento”.

Parece ser que Leonardo cumplió su promesa, porque se dice que el rostro del prior aparece, en efecto, sobre los hombros de la figura que representa a Judas.

Todos los grandes críticos han declarado que La Cena es una de las pinturas más valiosas que se han realizado hasta la fecha; la más completa, la más bella y la más perfecta. Desgraciadamente, no fue pintada al fresco, sino al óleo y directamente sobre el revoque de la pared, de modo que desde el primer momento estuvo condenada a desaparecer. Sufrió una serie de deterioros hasta quedar reducida a algo borroso y descolorido por la humedad, estropeada por una puerta que en ella abrieron los monjes para llegar más pronto a otra habitación, y agujereada por clavos fijados en la pared para sujetar un escudo de armas. Posteriormente, artistas de mal gusto fueron comisionados para realizar su restauración; pero, en lugar de mejorarlo, estropearon más el original. Cuando años más tarde los soldados de Napoleón se instalaron en el monasterio de Santa María delle Grazie, se divertían arrojando piedras al rostro de sus personajes. Por otra parte una inundación llenó la estancia de agua, y allí quedó ésta hasta que se evaporó. Pese a la acción combinada del tiempo y de tan adversos factores, aún se pueden admirar las artísticas pinceladas de marchitos colores, donde pervive el profundo sentimiento y la maravillosa composición del pintor.

Durante su realización Leonardo trazó centenares de diseños para su composición, muchos de los cuales se conservan en museos y bibliotecas.