La enigmática sonrisa del más famoso retrato de todos los tiempos


Corría el año 1506' cuando Leonardo, indignado por el fracaso que acabamos de recordar, se retiró de la palestra dejando solo a su rival; mientras tanto él siguió trabajando en otra de las grandes obras que cimentaron su fama. Se trataba del retrato de una hermosa napolitana, llamada Mona o madonna Lisa, tercera esposa de Francisco Zanobi del Giocondo, de Florencia, que hoy conocemos con el nombre de La Gioconda. Mona Lisa era una mujer que ocultaba sus pensamientos con una sonrisa enigmática e inescrutable, en la que Leonardo trabajó más de dos años. Como cuando concibió La Última Cena, quiso estudiar a fondo las emociones humanas que se reflejan en el rostro; no se sabe a ciencia cierta si la belleza de este retrato refleja realmente los rasgos de la modelo o los del ideal femenino que se había forjado el autor. Tardó cuatro años en terminarlo; mientras lo pintaba se hacía acompañar de alguien que cantaba, tocaba o divertía de cualquier otro modo a la hermosa napolitana, con el objeto de que el retrato saliera exento de esa melancolía propia de los retratos de la época. El autor concentró toda su atención en la sonrisa, que es uno de los encantos más grandes del cuadro. Su cielo era muy azul, y el rostro de la napolitana, bello y hermoso; completan el encanto de sus labios rojos el brillo y la vivacidad de sus ojos seductores; aún hoy, esfumado el brillo de sus colores, debido al fondo negro sobre el cual pintaba Leonardo, es una de las pinturas más hermosas que se conservan, de modo que bien libradas estuvieron las cuatrocientas coronas de oro que Francisco I de Francia pagó por el retrato cuando Leonardo lo llevó a París. El cuadro dio mucho que hablar cuando fue robado del museo del Louvre, donde se conservaba. Al ser recuperado en Italia, fue devuelto a su primitivo lugar del Louvre, donde hoy se puede admirar.