La música profana se separa de la religiosa


Hemos de ver ahora en qué forma se produjo la separación entre las dos corrientes musicales: la puramente religiosa y la profana.

Durante los diez siglos que abarca la Edad Media, una serie de acontecimientos fueron plasmando un nuevo sentido de la vida que estuvo condicionado por la religión; monasterios, conventos e iglesias se convirtieron en el centro de la vida espiritual y en refugio de la cultura grecolatina. En sus claustros y bibliotecas se conservaron antiguos códices literarios y filosóficos, y se gestó en ellos una tradición musical de índole religiosa cuyas características, como se ha visto en otro lugar, se prolongan hasta nuestros días a través del canto gregoriano, cuyas notas todavía resuenan en el ámbito de las iglesias y catedrales de la cristiandad.

Junto a tales centros se levantaron, en la Baja Edad Media, los castillos feudales, que concentraron las actividades político-sociales de ese agitado período, que se inició a fines del siglo ix con el establecimiento de los normandos en el norte de Francia, después del desmembramiento del imperio carolingio. En los festines y reuniones que allí se celebraron, debemos buscar los orígenes de la música profana, que comenzó a separarse de la religiosa con características propias que la distinguieron de ésta.

El castillo feudal era, en verdad, una ciudad amurallada en donde el señor y sus vasallos podían desarrollar todas sus actividades sin necesidad de salir del propio recinto, ya que un sistema de economía doméstica les permitía abastecer y cubrir las necesidades de todos los que lo habitaban. El señor, que había sido armado caballero después de una ceremonia especial, cuando no estaba en guerra cubría su tiempo con torneos y cacerías que en cierto modo remedaban episodios de la misma. Entre una y otros, o con motivo de aniversarios y acontecimientos de familia, organizaba festejos con banquetes y ceremonias en los que participaban invitados, en cuyo honor poetas, músicos y juglares amenizaban la reunión con sus versos y melodías o con sus actos de acrobacia y prestidigitación. Cantores, músicos, poetas y malabaristas iban de castillo en castillo ofreciendo sus servicios para entretener con sus habilidades, a cambio de comida y un rincón para descansar, lo que demuestra el poco prestigio de que entonces gozaban. Tales amenizadores recibieron distintos nombres: juglares, trovadores, troveros y menestrales; unos eran poetas o músicos y otros, ambas cosas a la vez; sin embargo, no conviene confundirlos, porque hubo entre ellos diferencias que aumentaron o disminuyeron según los lugares y las épocas. Los juglares, por ejemplo, fueron al principio músicos que al mismo tiempo eran acróbatas y prestidigitadores; los troveros fueron poetas del norte de Francia que recitaban episodios de sus paladines o de la historia antigua, y los trovadores, oriundos de la Provenza, improvisaban poesías y canciones que declamaban o entonaban acompañándose con el laúd o cualquier otro instrumento similar.

La música profana tuvo también como antecedente a los bardos -poetas y cantores- celtas y germanos, que difundieron a través de cantos y poemas las leyes y doctrinas que dictaban sus sacerdotes o druidas.