De cómo se empezó a usar la pintura al óleo


Jacobo Bellini (1400-1470), discípulo de Gentile de Fabriano, fue con su maestro a Florencia, donde se vinculó con los pintores más famosos de entonces. Nunca llegó a ser un verdadero artista, aunque su obra significó un progreso notable sobre la de sus predecesores. Sus dos hijos, Gentile, nacido en 1426, y Juan, en 1428, llevaron a la práctica las ideas del padre, y la fama de éste se cimentó en la de ellos. Al taller de los Bellini concurrían todos los jóvenes artistas que querían perfeccionarse en el difícil arte de pintar. Entre los que lo frecuentaban debemos recordar a dos grandes lumbreras de la pintura veneciana: Giorgione y el Ticiano.

Por entonces el arte pictórico de los venecianos había progresado bastante. Un artista, Antonio de Messina, había llevado a Venecia una nueva expresión de dicho arte, pues había aprendido de Humberto y Juan van Eyck, precursores de la escuela flamenca, el secreto de pintar con colores mezclados con aceites.

Cuenta la tradición que Juan Bellini se presentó disfrazado en el taller de Antonio con el objeto de encargarle que pintara su propio retrato, pero, en realidad, lo hizo con el propósito de descubrir por sí mismo el gran secreto. Sea como fuere, lo cierto es que pronto se extendió por Venecia la forma de la pintura al óleo y que los Bellini fueron los primeros que la aplicaron a sus cuadros. Venecia se embelleció con obras maestras de ambos hermanos, y éstos tuvieron la gran satisfacción de verse rodeados por alumnos que prometían mucho para un futuro no lejano.

Mientras Gentile Bellini se dedicó a pintar cuadros sobre motivos de la vida veneciana, su hermano Juan abordó exclusivamente los temas religiosos. Gentile fue también un excelente retratista, cuyos servicios fueron contratados por el poderoso sultán de Turquía.

Gentile se dirigió a Constantinopla y retrató al sultán. Éste, cierta vez, para demostrarle que no había sabido dar suficiente realismo al cuadro que representaba la degollación de San Juan Bautista, sacó la espada y de un solo tajo cortó la cabeza de uno de los esclavos que estaba cerca de él. Horrorizado por tal acto, Gentile abandonó la corte de Constantinopla y regresó a su país.

Las autoridades venecianas respetaban mucho a los Bellini, y aunque pagaban muy poco sus cuadros, temiendo que el padre muriera antes de terminar los trabajos de decoración que le habían confiado para uno de los salones de gala de la ciudad, le proporcionaron varios asistentes que lo secundaron en sus tareas. Estos jóvenes ayudantes recibieron como remuneración de sus servicios sólo cuatro o cinco ducados por mes; entre ellos figuraba uno que después eclipsó la fama de sus maestros: Ticiano. En el documento donde constan las condiciones del contrato, éste era tratado como un simple obrero llamado para blanquear paredes; con todo, el poderoso talento del Ticiano tal vez no se hubiera desarrollado en tan grandes proporciones de no haber mediado en esa oportunidad la influencia que sobre él ejercieron Jacobo Bellini y sus dos hijos.