LA SILLA DE SUELA


Tradición histórica peruana

Entre los muebles coloniales, uno de los más útiles al hombre fue, sin duda, la silla de suela. Sólida, cómoda, durable, ella servía de escalera, de andamio, de banco, de yunque, prestando importantes servicios en todos los rincones de la casa. Ella fue la silla del pueblo, la del pobre, la única silla que conocieron las clases bajas de la sociedad colonial, tanto en las ciudades como en la campaña.

Estas sillas de suela tienen también su faz histórica y su intervención en las guerras de la independencia de Hispanoamérica, según podrá verse en este episodio de la vida del Libertador Simón Bolívar, ocurrido en marzo de 1824 en la ciudad de Trujillo, Perú.

Cierto día que el Libertador se hallaba escribiendo en su despacho, al levantarse del asiento para retirarse se rasgó el pantalón de manera harto visible. Con gesto airado, volvió la mirada hacia el objeto que le había ocasionado el daño, y descubrió que era un clavo sobresaliente de la silla de suela en que había estado sentado. Con gran sorpresa de los oficiales, se inclinó sobre la silla y se puso a examinar el clavo con detenimiento, sin decir palabra.

De pronto se irguió y dio una orden seca, terminante, perentoria:

-Que venga inmediatamente el alcalde de la ciudad.

Creyeron los presentes que el Libertador iba a tomar venganza de la rasgadura del pantalón con alguna alcaldada de padre y señor mío y, en efecto, el alcalde, que llegó enseguida, oyó con creciente asombro esta orden cortante, urgente:

-Haga usted recoger inmediatamente cuantas sillas de suela existan en la ciudad y sus alrededores, sin excepciones, y mándelas seguidamente a la Comisaría.

Al rato ya no cabían las sillas en la Comisaría General del Ejército, y los vecinos de Trujillo se devanaban los sesos pensando en las causas de aquella tan rara e inexplicable contribución de guerra.

-¿Si será -preguntaba un chusco-que el General ha preparado algún plan de batalla en que el ejército deba combatir sentado?

-Tal vez el Libertador haya inventado una cuarta arma, la “sillería”, y quiera organizaría aquí, en Trujillo -acotó otro gracioso.

-No -afirmaban los que se decían más enterados-. Es que van a utilizar la madera para leña y el cuero para cartucheras y correaje.

-Pues, lo más natural -agregó un timorato- es que se trate de armar barricadas para defender la ciudad de un posible ataque.

En tanto zumbaban las crónicas y corrían los rumores más disparatados; en tanto se removían las sillas de suela, nuevas y viejas, desde la sala hasta la cocina en todas las casas, y crecían las pilas de sillas en la Comisaría General, Bolívar sonreía contento, pues había hecho un descubrimiento de gran importancia para el desarrollo de sus planes militares.

En efecto, en esos momentos se estaba equipando al ejército para abrir la campaña contra los realistas, y desde hacía días se había agotado el estaño que era indispensable para soldar las cantinas, ollas y otros útiles de campaña, de suerte que estaban indefinidamente paralizados los trabajos por falta de ese material.

Bolívar, que conoció al punto que el clavo saliente era de estaño, por medio de esa curiosa contribución ya dicha, obtuvo el metal necesario para los trabajos de soldadura de los utensilios del gran ejército que, meses más tarde, iba a vitorear toda América en los campos de Ayacucho.

Tal fue el mayor servicio que prestaron las sillas de suela a la causa de la libertad americana.