EL VENCEDOR DE LAS DUNAS


Entre Burdeos y Bayona, en Francia, la costa es baja y árida. El mar la azota y las olas acumulan allí gran cantidad de arena en forma de colmas que, empujadas por el viento, cambian continuamente de lugar.

A fines del siglo xviii, las arenas iban invadiendo con tal rapidez las zonas de tierras fértiles del interior, que los entendidos calculaban que antes de doscientos años habrían sepultado a la ciudad de Burdeos.

Un ingeniero francés, Nicolás Brémontier, concibió la idea de contener la marcha de las dunas y preservar de su ruina a las regiones amenazadas. La idea era hermosa. Pero, ¿cómo realizarla? Brémontier pensó cubrirlas de árboles, cuyas raíces al penetrar profundamente en las arenas impedirían que mudasen de sitio y formarían un muro vegetal a la orilla del mar, que detendría la impetuosidad de los vientos y de las olas, oponiéndose al avance de nuevas dunas.

Pero, cómo obtener vegetación en esas costas castigadas por los vientos y en esos suelos totalmente estériles? Brémontier observó la presencia de una capa de humedad permanente a pocos centímetros de la superficie. Ello le dio cierta confianza, pues consideró que esa humedad era suficiente para el desarrollo de la vegetación. El problema era sujetar las arenas durante los primeros años, en tanto los árboles se desarrollaran.

Pruebas y experimentos innumerables se sucedieron entonces sin descanso, hasta que halló un árbol, el pino marítimo, propio de las arenas húmedas, capaz de resistir las embestidas de Los vientos del mar. Pero este árbol es sumamente delicado en sus primeros años. ¿De qué modo protegería los viveros hasta que los pinos estuvieron en condiciones de defenderse por sí mismos? Ideó cubrir el suelo con ramas cortadas de un bosque vecino; las semillas de los pinos sembradas bajo esta cubierta protectora germinaban muy bien.

Los trabajos de Brémontier continuaban con grandes pérdidas de tiempo y dinero, hasta que un día la casualidad vino en su auxilio trayéndole la solución del problema. Entre las ramas traídas de los bosques había algunas de juncos y de retamas. Las semillas de estas plantas cayeron al suelo y germinaron entre los pinos, a los que superaron en altura y dieron abrigo con su vegetación vigorosa y siempre verde.

Brérriontier se acercaba al triunfo; mezcló cierta cantidad de semillas de pino coijilas de retama y de junco, cubrió después el sitio con ramas. Brotaron los juncos y protegieron a las retamas; a los cuatro o cinco años éstas alcanzaban los dos metros de altura y sus copas contenían la arena. Al secarse sus ramas, el pino crece a su vez,  levanta por encima de las retamas su tronco vigoroso y hunde sus raíces hasta seis metros en la arena.

Desde ese momento está creado el bosque y el terreno ha sido fijado. Ése era el resultado de la perseverancia.

La obra de Brémontier subsiste; pensemos en los inmensos servicios que ha prestado a la colectividad; en las vicisitudes, pesares, obstáculos y envidias que le suscitaron los celos de sus enemigos. Pero también pensemos en su virtud, que sostenida, por una voluntad perseverante venció a todo lo que se opuso a sus esfuerzos.


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