El general Don Bernardo de O'Higgins. Libertador de Chile

Nació este ilustre chileno en Chillan, en 1778, y era hijo del presidente don Ambrosio O'Higgins, que fue posteriormente virrey del Perú.

El libertador de Chile hizo sus estudios en un colegio católico de Inglaterra, de manera que su instrucción fue por muchos conceptos superior a la de la mayoría de sus compatriotas en aquella época.

En Londres se inició en las inquietudes revolucionarias, bajo el influjo de don Francisco de Miranda y junto a otros jóvenes americanos que luego serían sus camaradas de armas.

Dueño de una fortuna considerable, en cuanto regresó a su patria comenzó a ocupar una situación distinguida en la sociedad, pero él no pensó ni por un momento en vivir entregado sólo al ocio y a los placeres propios de la juventud, y desde que comenzó la revolución de la Independencia, tomó parte en el movimiento, y fue elegido diputado al primer Congreso Nacional, en 1811.

En ese Congreso había tres partidos: el de los realistas, que quería el mantenimiento del gobierno español en la forma que había tenido hasta entonces; el de los moderados, que deseaba algunos cambios de poca importancia, y el de los exaltados, los cuales pensaban secretamente en la independencia completa del país.

O'Higgins, en el Congreso, fue uno de estos últimos, aunque sus glorias no iba a conquistarlas en las discusiones de la política, sino en la guerra.

O'Higgins no fue un táctico hábil, ni se distinguió en la dirección superior de los ejércitos. En cambio, su valor temerario y la nobleza y bondad de su carácter lo hicieron el ídolo de los soldados, a quienes sabía electrizar en el momento del peligro.

O'Higgins se batía siempre en primera línea, afrontando las balas como el último de sus subalternos. Al frente de su caballería, atravesó en Rancagua las trincheras españolas, y él mandó también la carga que decidió en Chacabuco la libertad de Chile.

Desde 1817 gobernó por seis años el país, y su decidido obrar contra los privilegios hizo que los actos de su administración y los principios en que la apoyó fueran muy criticados en su tiempo, pero nadie ha podido negar su honradez y patriotismo, ni que su dictadura revolucionaria fuera ejercida en bien de Chile.

Esto lo demostró el mejor día de su vida, que fue el último de su dictadura. Entonces pudo demostrar toda la abnegación y nobleza de su alma: una parte del ejército se había sublevado en Concepción, pero O'Higgins; tenía bajo su mando tropas suficientes para combatir la revolución y quizás para vencerla. Chile iba a sufrir los horrores de una guerra entre hermanos. Los principales habitantes de Santiago, alarmados con tan cruel perspectiva, le pidieron entonces que renunciara al poder, para evitar que se derramara sangre de chilenos.

O'Higgins no vaciló largo tiempo, y entregó noblemente las insignias del mando.

Desde entonces el libertador de Chile vivió alejado del país que había hecho independiente, al que no debía volver ya más; pero en su destierro, allá en Perú, todos sus pensamientos fueron para la patria.