Santiago Vázquez y Carlos María Ramírez, líderes de la juventid patriótica


Entre los jóvenes que acudieron a ofrecer sus servicios a Artigas cuando su asedio a Montevideo, en 1811, estaba don Santiago Vázquez, que ya en esa época se destacaba entre sus contemporáneos, pese a su juventud.

Santiago Vázquez fue realmente una personalidad extraordinaria; diplomático sutil y habilísimo; periodista brillante y convincente; orador elocuente, de palabra avasalladora, dominaba sin esfuerzo aparente las multitudes populares, y convencía y ganaba a su causa las doctas asambleas, pues tenía la palabra cálida que llega al corazón del pueblo, y el pensamiento profundo que penetra en el cerebro del sabio.

Vázquez fue, en síntesis armoniosa, inteligencia y acción, pero compenetradas de tal manera, que hubiera sido imposible separarlas sin menoscabo o sin destruirlas. En la Asamblea Constituyente, su palabra vigorosa, órgano inherente de un pensamiento concienzudo, trató siempre con insuperable acierto todos los más grandes problemas de la organización política del nuevo Estado que se creaba, y abordó esos problemas no sólo con inteligencia sólida y constante, sino con el profundo amor que profesó siempre a su patria, a la que dedicó, hasta el fin de su vida, sus más nobles actividades.

Cuando el general don Manuel Oribe invadió la República Oriental, iniciando con el sitio de Montevideo lo que se ha llamado en la historia uruguaya la guerra grande, donde Santiago Vázquez fue, como ministro del presidente don Joaquín Suárez. cerebro y brazo de la defensa, pues estuvo al frente de los titánicos trabajos de organización de un ejército donde faltaban soldados, armas y toda clase de recursos, y, al mismo tiempo, abordaba y resolvía los más grandes problemas internacionales que creaba aquella situación excepcional.

En un ambiente ardoroso como el cráter de un volcán, en que la política uruguaya se agitaba furiosamente en esos sacudimientos primarios que precedieron y acompañaron la organización de estas colonias, surgió Carlos María Ramírez, casi un niño, exuberante de vida, de ojos relampagueantes, de elocuencia cálida y fogosa, con un cerebro múltiple y ardiente, en que se irisaban todas las actividades más complejas de una mente excepcionalmente fecunda y creadora.

Carlos María Ramírez representa en el Uruguay el único ejemplo de ese periodista excepcional que es la síntesis armoniosa de inteligencia, valor, carácter y alta honradez cívica, •cuya palabra se aguarda con impaciencia, cuyo juicio se espera para adoptar un rumbo, para apreciar un propósito, para juzgar una conducta.

Joven aún, cayó Ramírez en medio de la apoteosis de una existencia realmente luminosa, cuando todos, oprimidos por la angustia de un supremo momento histórico, dirigían sus miradas al tribuno que se alzaba como un profeta en el confín del horizonte, señalando la ruta del porvenir.