José Pedro Várela, uno de los entusiastas propulsores de la educación popular


José Pedro Várela, como todos sus contemporáneos americanos, se formó en el ambiente ardoroso de las controversias partidarias, que ofuscan la mente y extravían el juicio, convirtiendo a los amigos de ayer, a los parientes próximos, en contrarios agresivos y en jueces injustos e implacables. En esas condiciones estudió, alternando los libros con el fusil, y oyendo con frecuencia el retumbar lejano de los cañones que alejaban su pensamiento del objeto de sus reflexiones y de sus estudios.

Sintiendo que se ahogaba en aquel ambiente, quiso viajar, y se embarcó para Europa, primero, y luego para Estados Unidos de América; adquirió multitud de conocimientos útiles, un caudal fecundo de ideas generales, que debían ser factores futuros de superioridad moral, para alzarse sobre las pasiones bravías que aullaban en torno de su persona.

Convencido de la necesidad de eliminar aquellas contiendas intestinas, creyó con profunda fe que esa obra sólo podía realizarla la instrucción popular, difundiendo la cultura a todos los ámbitos de la República, contra todos los obstáculos, contra todas las ideas opuestas, y a esa obra dedicó su perseverancia inagotable, su acrisolada fe de cruzado, su ardor latino, y le dio todos sus sentimientos, y más aun: su vida. Todo tuvo que crearlo: programas, libros, maestros, escuelas, y en especial colaboradores e ideas, pues los soldados que volvían de las trincheras, sangrientos y rendidos, no traducían claramente aquellas disertaciones sobre la escuela, el niño y el maestro, templo y sacerdote de la paz, es decir, de la deidad desconocida por su propia acción.

Várela murió joven, cuando apenas habían transcurrido dos años que asumiera valientemente su actitud de reformador de la instrucción primaria, predicando y combatiendo para crear y vigorizar la escuela popular; pero al extinguirse su vida se vislumbraba ya su merecido triunfo, que era sólo cuestión de tiempo.