El país de los araucanos encierra miles de tocantes recuerdos


Ahora que hemos llegado a Santiago por tres caminos distintos, concluiremos esta imaginaria excursión con un paseo a las hermosas provincias del sur de Chile.

El ferrocarril que debe conducirnos a este punto final de nuestro viaje atraviesa primeramente, de Norte a Sur, el gran valle de que hemos hablado, y que, entre los Andes y los cerros de la costa, se extiende desde Santiago hasta mil kilómetros más hacia el Sur.

Este valle está muy bien cultivado, a lo menos en su parte septentrional. Las ciudades, los pueblos y las haciendas se suceden sin interrupción, a lo largo de la línea férrea, pero el paisaje dista mucho de ser monótono, como el de las pampas argentinas. Siempre tenemos a la vista la espléndida cordillera de los Andes, y de cuando en cuando, también los cerros de la costa, cubiertos de bosquecillos y matorrales pintorescos. Hasta muy al Sur, la llanura se encuentra fertilizada por el riego de los canales que la industria de los habitantes ha construido para aprovechar el agua de los numerosos ríos que bajan de la cordillera.

Pero el clima va haciéndose más y más húmedo a medida que avanzamos hasta que las lluvias son ya demasiado abundantes para que sea útil regar artificialmente las tierras.

Hemos llegado a las márgenes del anchuroso Bío-Bío, que ya conocemos. Aquí comienza la Araucania. Bosques impenetrables, formados de árboles corpulentos, varias veces centenarios, cubiertos de guirnaldas de enredaderas, sobre un suelo tapizado de helechos y toda clase de plantas bellísimas, alternan con los campos de cultivo y con las praderas en que pacen innumerables ganados.

En este bello país de los antiguos araucanos, cada sitio tiene su historia. La guerra fue allí continua por muchos siglos, y todo el esfuerzo de los conquistadores resultó incapaz de doblegar bajo el yugo de la dominación extranjera a un puñado de salvajes soberbios.

Hasta fines del siglo xix, la Araucania permaneció independiente de 3a República de Chile, como antes lo había sido de España, pero hoy la civilización ha logrado arrebatar a la barbarie aquella hermosa región.

La ciudad más importante del territorio araucano es Temuco, una de las estaciones del ferrocarril que recorremos. Es muy de recomendar una excursión desde Temuco al río Imperial y a la laguna del Budi, parajes de que los viajeros hablan con gran entusiasmo.

Más al sur de Temuco, está Valdivia, capital de otra provincia. La situación de Valdivia es extremadamente pintoresca, pues la rodean infinidad de ríos que se comunican los unos con los otros, y que presentan gran variedad de soberbios paisajes, de una vegetación exuberante.

Estos ríos son muy superiores a los de la América tropical, no sólo por su mayor belleza, sino porque se encuentran bajo un clima templado y saludable, donde no hay que temer ni las enfermedades, ni las incomodidades de todo género propias de los países calientes.

Valdivia no está en el llano central, sino cerca de la costa. Así es que para ir allá, debemos tomar un ramal de ferrocarril.

Al sur de Valdivia se extiende la celebrada Suiza americana, país de bosques, lagos y montañas, mucho más extenso y pintoresco que la Suiza europea. La vegetación es aquí más exuberante, los bosques mantienen todo el año su verdura, y la Naturaleza, mucho más primitiva y agreste que en los países sometidos por largo tiempo al dominio del hombre, conserva toda su majestad.

Puerto Montt, estación de término del ferrocarril del Sur, es el centro de excursiones por la Suiza chilena y por los canales de Chiloé. Allí desaparece el valle central; el océano baña el pie de los Andes y las faldas de sus volcanes vestidos de nieve. Innumerables islas de todas formas y tamaños, cubiertas de selvas vírgenes, se extienden por el mar, mientras allá, en el continente, los lagos y las selvas aguardan al viajero deseoso de contemplar los grandes espectáculos de la Naturaleza.

Como digno remate de nuestro viaje, dejaremos al lector que hasta aquí nos ha acompañado, en esa tierra privilegiada, una de las más bellas que han salido de las manos del Creador.