Sucesión de acontecimientos previos a la caída de la monarquía


La lucha hubo de hacerse mucho más encarnizada durante los dos últimos años, cuando empezó a advertirse que el emperador, ya viejo y fatigado, preparábase a abdicar en favor de su hija, la princesa Isabel, esposa del conde de Eu. La heredera de don Pedro II, rodeada siempre de sacerdotes, no gozaba de la estimación de algunos sectores del pueblo brasileño, a pesar de ser constantemente señalada por sus amigos y partidarios como una gran benemérita de la patria y de la humanidad, por haber firmado la ley del 13 de mayo de 1888 que abolió la esclavitud. La princesa obedeció en aquella ocasión la voluntad del país y en especial la de los abolicionistas, que estaban dispuestos a hacer estallar una revolución. Si el trono hubiese retardado por espacio de más de un año la promulgación de la ley, habrían desaparecido todos los esclavos dentro de dicho plazo, sobre todo desde que el ejército negóse a perseguir a los que se evadían de las haciendas.

Por otra parte, el príncipe consorte, conde de Eu, era profundamente antipático al pueblo; y, aunque guardando gran respeto a la persona del emperador, nadie o casi nadie deseaba que se inaugurase en Brasil el reinado de un tercer Braganza. Las horas de la monarquía estaban, por consiguiente, contadas; y todo hacía prever una próxima revolución, el día en que don Pedro II abdicase.

Así estaban las cosas cuando un hecho de cierta gravedad vino a precipitar los acontecimientos: la llamada cuestión militar, cuyo origen también era ya algo remoto, pues se había manifestado anteriormente en tres ocasiones diversas:

1. En 1884 vino a Río el célebre maderero de Ceará, Francisco do Nascimento, que era un abolicionista exaltado, y fue recibido con grandes festejos por los oficiales de la Escuela de Tiro de Campo Grande, de la cual era comandante el teniente coronel Sena Madureira.

Cuando el ayudante general del ejército tuvo noticia de este acto, publicado en los periódicos, ordenó al comandante de la Escuela informar sobre la verdad de lo ocurrido, y éste se negó a obedecer, por lo cual fue depuesto y censurado en la orden del día del ejército.

2. Poco tiempo después surgió una nueva cuestión con el coronel Cunha Matos, quien, atacado en la Cámara por un diputado del Piauí, publicó tres artículos en los periódicos, censurando no sólo al diputado sino también al ministro. Fue reprendido y condenado a un arresto de cuarenta y ocho horas.

El gobierno dictó entonces una resolución que prohibía a los militares sostener discusiones en la prensa sin previa autorización del ministro de Guerra. Hubo numerosas protestas, y el ejército quedó descontento. El general vizconde de Pelotas, que era senador por Río Grande del Sur, defendió al coronel Cunha Matos y atacó enérgicamente al gobierno desde la tribuna del Senado.

De este modo crecía la inquina de los militares contra el gobierno.

3. Poco tiempo después, publicó el coronel Sena Madureira un nuevo artículo en los periódicos de Río Grande, y el ministro mandó por segunda vez reprenderlo. Pero numerosos oficiales tomaron al punto la defensa de su compañero; al frente de ellos se puso el general Manuel Deodoro de Fonseca, vicepresidente de Río Grande del Sur y militar muy estimado e influyente en el ejército.

Viniendo hacia Río de Janeiro, Deodoro invitó a los compañeros a una reunión pública en el teatro Recreo Dramático, en la cual fue investido de poderes para entenderse con el gobierno, a fin de obtener que quedasen sin efecto las órdenes de reprensiones y censuras dictadas contra sus camaradas.

La situación se hizo muy grave, y el gobierno tuvo que ceder, gracias a la intervención del Senado, que votó una moción que aconsejaba a aquél volver sobre su acuerdo.

Éstos fueron los hechos que contribuyeron a perturbar las relaciones entre el gobierno y el ejército, creando una atmósfera de antipatía de la cual debía brotar la tempestad más tarde o más temprano. Faltaba apenas una gota de agua para hacer rebosar el vaso, que era, en este caso, la paciencia de los militares.