Don Nicolás de Piérola: tribuno combativo, político audaz y estadista sereno


Durante la vigencia pública de Manuel Pardo, fue la de don Nicolás de Piérola una de las figuras más combativas de la oposición; ya lo vimos alzar en armas a los departamentos del Sur contra la autoridad del gobierno, y capitanear en el Senado a los adversarios del partido civilista. Sus comienzos no dejaron entrever al futuro político: fueron los de un hombre de negocios enteramente dedicado a la atención de sus asuntos comerciales. Durante el gobierno del coronel Balta, fue sorpresivamente llamado a desempeñar la cartera de Hacienda, hecho que marca el comienzo de su vida política. Durante aquel período celebró algunos actos administrativos que, por su audacia, destacaron su nombre ante la opinión pública; tal, por ejemplo, la cancelación de los contratos con las poderosas firmas extranjeras concesionarias del guano, operación que se conoció con el nombre de Contrato Dreyfus.

En razón de dicho acto fue acusado de malversación de los caudales públicos; se defendió ante el Parlamento con energía y elocuencia, y el Senado hubo de declarar que no había fundamentos para procesarlo. Así y todo, renunció a la cartera de Hacienda y se expatrió.

Regresó a su patria al estallar la guerra peruano-chilena, en 1879; se le dio el mando de un batallón de voluntarios, al frente de los cuales se batió con denuedo. Cuando sobrevino la derrota peruana, el presidente Prado huyó y los jefes militares instaron a Piérola a tomar el mando supremo. Se retiró a la sierra, organizó desde allí la resistencia a la invasión, y logró apoderarse del Callao y entrar en Lima. Proclamó la necesidad de continuar la guerra a todo trance, aun cuando se vio obligado a evacuar la capital, que fue tomada por los chilenos; desde la sierra continuó la resistencia, pero la presión del enemigo triunfante y el divisionismo que anarquizaba al país frustraron la patriótica obra de Piérola, quien, para no dificultar las negociaciones de paz, se expatrió voluntariamente, viviendo algunos años en Estados Unidos de América.

Hacia 1894, ya en su patria, se puso al frente de una revolución contra el presidente Andrés A. Cáceres. Después del armisticio se estableció una Junta Provisional que llamó a elecciones presidenciales, para el periodo comprendido entre 1895 y 1899.

Don Nicolás de Piérola obtuvo entonces la mayoría de los sufragios, y fue ungido primer mandatario. Su labor de gobierno fue encomiable y su preocupación principal sacar al país de la postración que venía sufriendo desde la infausta guerra de 1879. Como Castilla, Piérola inició su labor con un reordenamiento fiscal y económico, dictó medidas para revalorizar la moneda, reorganizó el ejército y suprimió la llamada "contribución personal", que pesaba sobre los ciudadanos como un tributo disimulado. Protegió la educación pública, ordenando la erección de los primeros colegios nacionales; mejoró el sistema de comunicaciones, patrocinó el establecimiento del servicio militar obligatorio, en reemplazo de los abusivos reclutamientos, y modernizó a Lima ordenando la apertura de nuevas avenidas y paseos.

Cuando concluyó su período, tornó a la vida privada.

En 1909 un grupo de exaltados asaltó el palacio presidencial y secuestró al presidente Leguía, al que se paseó de manera poco digna por las calles de Lima, dando tiempo a que las fuerzas leales se organizaran y lo rescataran. A este singular hecho siguió una ola de persecuciones de la que no fue exceptuado Piérola, quien, anciano ya, se vio en el trance de sufrir la agitada existencia del prófugo durante muchos meses.

Nicolás de Piérola, llamado el califa en razón de su barba blanca, murió en el año 1913. Los homenajes póstumos que le tributó entonces el pueblo de Lima figuran entre las manifestaciones luctuosas más extraordinarias del Perú, lo que no asombra, si se considera que su nombre, junto al del mariscal Castilla, llena más de medio siglo de vida republicana.