La escultura, la pintura y la música incaicas. El calendario y los relojes solares


También las manifestaciones artísticas de aquel antiguo pueblo americano dan idea acabada de su alta cultura. Esculpieron la dura piedra y el granito, tallando gigantescas figuras humanas, llamadas huaco-retratos por los arqueólogos; en ellas deben verse soberanos, dioses y grandes guerreros. El hueco relieve fue también una de las formas preferidas por los artistas incaicos; piezas en verdad notables hanse hallado en Tiahuanaco, pertenecientes al momento del predominio cuzqueño. Tallaron asimismo la madera, ya en figuras antropomorfas, ya como vasos rituales que decoraron con los mismos motivos que aparecen en su cerámica, en cuya producción destacáronse, especialmente en la llamada cerámica artística destinada a exvotos. Los aún hoy llamados “motivos incaicos”, brindados por la fauna, la flora y la mitología nacionales, se hallan presentes en todas aquellas piezas. No concibieron, al parecer, la pintura como un arte independiente, sino complementario; no se han hallado frescos, telas, ni otro tipo de pintura aislada: siempre se la empleó para realzar la alfarería.

En cambio, fueron extraordinarios amantes de la música: más de una docena de instrumentos musicales, entre los que sobresalen la quena, la antara, el pincullo, los huancas y la tinya, se cuentan entre los ejecutados por los descendientes de Manco Cápac. Cantaron yaravíes, música solemne del culto; ayllis, marchas guerreras; huancas, melancólicos sones pastoriles, y lúgubres ayarachis, himnos fúnebres que acompañaban el ceremonial de ese orden.

Eran muy dados a la celebración de festivales, en los cuales las danzas colectivas ocupaban preponderante sitio: de ellas, parecen haber preferido el huayno, danza propia de los jóvenes, y la cachampa.

La lengua predominante en el imperio fue la quechua; las manifestaciones literarias incluyen poemas épicos y líricos, dramas como el famoso Ollantay, e himnos religiosos.

Todo ello era registrado en un sistema de notación muy particular, llamado quípo, consistente en una serie de cordones pendientes de una vara, teñidos de distintos colores y con una suerte de nudos que forman un curioso medio de notación, cuya clave escapa aún a los esfuerzos que para interpretarla hacen los estudiosos.

Los incas se dieron un calendario, dividiendo el tiempo en meses, según las fases de la Luna; conocieron los equinoccios y la variación de las estaciones, cosa que en verdad debía preocupar a una sociedad eminentemente agrícola. Las fechas de iniciación de las estaciones estaban señaladas en el calendario festivo como las más notables de las celebraciones colectivas, sólo comparables a las que se realizaban cuando se coronaba un nuevo inca o cuando el príncipe heredero entraba en la pubertad.

Conocieron unos relojes solares compuestos de piedras colocadas en círculo, con una vara en el centro; la sombra que ésta arrojaba era el índice observado por los funcionarios destacados especialmente, que dependían de los colegios sacerdotales. Los llamaban intihuatanas.

El misterio de la vida humana los atrajo también desde un punto de vista que podríamos llamar médico; en las tumbas se han hallado cráneos trepanados, muchos de ellos con muestras de haber sido sometidos a tratamientos adecuados para curar lesiones del hueso, provocadas generalmente por heridas de guerra.