Rosario, Santa Fe, Paraná y Corrientes; importantes poblaciones ribereñas en pleno progreso


Rosario es la segunda ciudad argentina y su crecimiento ha sido notable. Todavía sigue creciendo como una marejada incontenible y la urbe se expande hacia los más ricos campos de la República, que la rodean y enriquecen. Es una población de trabajo levantada febrilmente, entre una cosecha y otra, desde que Argentina comenzó a exportar los frutos de su suelo en cantidades prodigiosas. Posee ese dinamismo y agitación propios de los grandes centros urbanos, a la vez que la salud y espíritu inherentes a la vida campesina. Todavía no ha perdido el olor a campo mojado, a trigo y a río. Y además está hermosead?, por el cuidado de sus hijos, que en la prosperidad bien ganada han sabido dotarla de bellos paseos; entre ellos, cuéntase el que rodea al Monumento a la Bandera, magnifica estructura arquitectónica, una de las más altas en su género de cuantas se hayan erigido en América del Sur.

Rosario es la ciudad del esfuerzo; habrá en Argentina ciudades más ricas en tradición, o de mayor belleza topográfica, y otras, en fin, con más influencia decisiva en la historia civil, militar o cultural del país, pero ninguna como Rosario puede ofrecer mayor empuje comercial, ni mostrar una línea ascendente más progresiva.

Ciento cincuenta kilómetros aguas arriba de Rosario, llegamos a la ciudad de Santa Fe, sin que el espectáculo que nos brinda el río haya cambiado mayormente. Esta floreciente población, capital de la provincia de su nombre, es una de las más antiguas de Argentina, pues su fundación remóntase a la segunda mitad del siglo xvi, y fue obra del capitán don Juan de Garay, el mismo que repobló a Buenos Aires. En Santa Fe hay algunos edificios muy antiguos, como la iglesia de San Francisco, en cuyas históricas murallas parecen incrustados varios siglos de vida ciudadana. Allí se respira ese particular ambiente de veneración que distingue a las cosas viejas. El viajero detiene su pensamiento en estos altares, cuadros e imágenes ante los cuales se han prosternado muchas generaciones, trayéndoles sus afanes, sus pesares y sus esperanzas. La impresión de lo vetusto cede poco a poco ante lo nuevo; Santa Fe ha logrado recientemente salir de una calma centenaria, y en pocos años progresó en forma sorprendente. Y al lado de aquellas reliquias del pasado, han surgido los edificios monumentales de estilo moderno, las avenidas amplias y puentes de cemento armado.

Frente a Santa Fe se levanta una de las ciudades más pintorescas de Argentina: Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. Su posición es magnífica, pues se halla asomada al río epónimo, desde una barranca que se eleva empinada hasta ochenta metros sobre el nivel del majestuoso río. Allí, en ese lugar privilegiado, se levanta una ciudad de aspecto amable y de cultivado espíritu, que ama reverentemente a sus héroes, a sus tradiciones y a su río.

Paraná es la ciudad cuyo ambiente y sugestión se contagia al hombre que no puede sustraerse a sus encantos. El espejo del río, la variedad de las barrancas, la graciosa frondosidad de las islas, todo ello le da mayor seducción, cambiando el espectáculo constante y siempre diferente de su maravilloso escenario natural. Desde nuestro vapor asistimos al desfile de los más atractivos aspectos de la costa entrerriana: un puerto en que grandes vapores llenan sus bodegas de cereales; más allá, una activa explotación de calizas para una fábrica de cemento pórtland, y luego el bellísimo aspecto del parque de Urquiza, dominado por la estatua monumental del prócer cuyo nombre lleva. Y remontando el río, la vista no se cansa de admirar el panorama siempre cambiante de la costa correntina, con sus altas barrancas de tierra colorada y sus bosques, hasta llegar a Corrientes, la ciudad de los azahares. Inmensos bosques de naranjos la rodean por doquier y la cubren de verdor, de blancura y de oro. El efluvio de los perfumados naranjales embriaga el ambiente por largas distancias.