Esterilidad de las experiencias de Hughes y felices resultados de las de Hertz


El profesor Hughes sacó en conclusión que su aparato telefónico era una especie de ojo que respondía a las ondas engendradas por las chispas de las descargas eléctricas producidas a la distancia de algunos centenares de metros. Variando la intensidad de las chispas, obtuvo diferentes clases de ondas; sólo le restaba proseguir su experimento hasta determinar la longitud de aquéllas y averiguar si podían ser reflejadas sobre ciertas superficies, de la misma manera que lo es la luz por los espejos. Era ésta una labor larga y difícil, que requería una constancia sin límites y experimentos realizados con el mayor cuidado, en condiciones especiales, y antes de acometerla sometió Hughes su descubrimiento al profesor Huxley y a otros sabios no menos famosos, quienes estimaron que Hughes estaba equivocado en lo tocante a la naturaleza de sus descubrimientos; desalentado, éste no publicó sus trabajos. Los demás físicos creían sólo en las cosas visibles, e idearon una teoría acerca de las corrientes eléctricas ordinarias, por medio de la cual explicaron los extraños fenómenos observados por Hughes en su aparato telefónico.

Algunos años después, Enrique Hertz, joven e ilustre investigador alemán, demostró la necesidad de la existencia de las ondas eléctricas, y se prometió encontrarlas. Sólo a un amigo comunicó la tarea que se había impuesto, y no solicitó consejo ni ayuda de nadie. Instaló en su habitación una máquina eléctrica de chispas, y dio comienzo a sus experimentos: tomó en la mano una pieza de latón, terminada en dos esferitas brillantes, y alejóse sucesiva y lentamente de la máquina en distintas direcciones. Fue doblando dicha pieza hasta que casi se tocaban las esferitas, y descubrió por fin que era posible recoger pequeñas chispas eléctricas entre ellas, aun hallándose a considerable distancia de la máquina. Las chispas grandes engendraban ondas eléctricas que se propagaban hasta chocar con el extremo de la varilla de latón, donde a su vez producían otras chispas pequeñas, de energía eléctrica. Hertz midió estas ondas y descubrió que podían ser reflejadas y refractadas como las ondas luminosas, y cuando tuvo perfectamente estudiados todos los pormenores de tal suerte que no podía ya ponerse en duda la existencia de ondas tan extrañas, hizo públicos sus descubrimientos. Algunos años después, un francés, Branly, descubrió también los efectos producidos por las ondas eléctricas, y esta vez encargóse de estudiarlos y darles aplicación práctica el italiano Marconi, descubridor de la telegrafía sin hilos.

Desde entonces, millares de vidas han sido salvadas por las ondas eléctricas; muchos de los telegramas comerciales y de las noticias que circulan por la prensa son transmitidos por esas ondas, a millares de kilómetros de distancia, por encima de las montañas y a través de los desiertos y los mares. Hoy es ya posible hasta hablar a grandísimas distancias gracias a las ondas electromagnéticas. Para ello bastaría conectar el transmisor del teléfono con una estación transmisora, en Alemania, por ejemplo, y el receptor, con una estación receptora en Canadá; las ondas eléctricas, propagándose por encima de Alemania, del mar del Norte, de Inglaterra e Irlanda, y de las anchurosas aguas del Atlántico, transmitirán las señales que se hagan. La telefonía sin hilos, la transmisión de fotografías por radio, el radar, la televisión, son aplicaciones muy importantes de las ondas electromagnéticas.