LUJOSAS NAVES USADAS EN LA ANTIGÜEDAD


Desde muy remotas edades, el hombre utilizó las rutas que le ofrecían el mar y los ríos para comunicarse con los otros hombres, para intercambiar con ellos los productos que le eran necesarios para la vida, o bien para luchar por las posesiones que creía codiciables. Las embarcaciones que utilizan hoy los pueblos primitivos son un ejemplo vivo de lo que debieron ser las primeras embarcaciones, simples balsas hechas con un paquete de juncos o canoas ahuecadas en el tronco del árbol que proporcionaba el bosque cercano.

En los bajos relieves de los antiguos monumentos y en los primitivos vasos de cerámica han llegado hasta nosotros representaciones que nos permiten conocer lo que fueron las antiguas embarcaciones, cumplida ya una primera etapa de superación. Así, el bajo relieve del palacio del rey Sargón el Antiguo, en Korsabad, el del palacio de Nínive del rey Senaquerib o el que se custodia en el Museo Británico, nos muestran los adelantos alcanzados por esos pueblos. Las embarcaciones utilizadas en esas épocas lejanas fueron sumamente variadas, pues su construcción estaba supeditada a las posibilidades, gustos y necesidades de cada región. Los egipcios, por ejemplo, debieron recurrir al papiro, ya que las maderas de que disponían, el sicómoro y la araucaria, sólo proporcionaban cortos tablones; la costumbre artesanal, impuesta por las circunstancias, trajo aparejado el que los primitivos barcos de papiro, sin quilla ni costillaje, hechos con cañas agrupadas y ligadas en haces, se repitieran en los posteriores, cuando se empezó a utilizar el sicómoro y la araucaria, cuyos tablones se ligaban con el antiguo procedimiento y se unían con clavos de madera. Los egipcios pasaron rápidamente de las naves fluviales a las marítimas, también largas y estrechas, pero mayores que las que navegaban por el Nilo y más sólidas. Los remeros, muchas veces de pie, movían los remos, y un único palo en el centro, en forma de “V” invertida, sostenía una vela cuadrada. Por lo general descubierta, la embarcación egipcia tenía cabinas para las personas o las mercaderías que se quería proteger.

Las naves babilonias y asirías, redondas, cortas y ventrudas, poseían también un solo palo, una ancha vela cuadrada y se movían gracias a los remos. Se las conoce con el nombre de quifcri y aún hoy se usan.

Hay una gran diferencia entre estas embarcaciones y las de los grandes navegantes de la antigüedad, los fenicios, que comenzaron por imitar las construcciones navales de Egipto para superarlas y llegar a ser maestros en este arte. Como tenían a su disposición los altos troncos de los bosques de su país, pudieron agregar a las naves quilla y costillaje. Por ese entonces no se establecía todavía diferencia entre los buques dedicados a las tareas de la paz y los de guerra. Sin embargo, podemos comprobar adelantos notables en los pocos dibujos que de las naves fenicias nos han llegado, y son la colocación de los remeros en dos bancadas de diferentes niveles, así como la colocación del espolón guerrero, que quizá fuera invento egipcio pero que comienza a tomar importancia desde la época de los fenicios.

La estructura de la nave que surca el mar Egeo es, desde su origen, fundamentalmente distinta a la nave egipcia. Los bosques que existían en las tierras de la región permitieron la construcción de quilla y costillaje; de estas embarcaciones desciende la nave griega que conocemos a través de las descripciones de Homero -las “negras naves”, como él las llama, quizá porque se acostumbrara calafatearlas con pez negra, cuando no con rojo de minio- y a través de las representaciones en los vasos de la época. Estas naves llegaban a contar hasta 120 remos, tenían un palo o mástil, la proa era muy aguda, y un único timón en el flanco, cerca de la popa, servía para la dirección. Como ancla se usaban piedras agujereadas o bien envueltas en una red. Un mascarón en la proa cumplía la función de los ojos en los juncos chinos.

La importancia cada vez mayor que adquiría la guerra determinó seguramente el gran desarrollo que los griegos dieron a su flota de mar. Para dar mayor velocidad a los barcos, aumentaron el número de remeros, para lo cual establecieron dos y tres órdenes de bancadas superpuestos, y así nacieron el birreme y el trirreme, característico este último de la flota del Mediterráneo por muchos siglos. Estas naves, demasiado largas, y por esta razón débiles, eran más bien de mar calmo y navegaban cerca de las costas, en las que buscaban refugio en cuanto una tormenta se avecinaba. Desarrollaban una velocidad de cinco nudos por hora y, a veces, podían elevar este promedio.

En Roma se usaron, para los combates, los trirremes, cuadrirremes y aun quinquerremes, construidos a semejanza de las naves cartaginesas. Los romanos perfeccionaron la navegación de vela; pero, a pesar de ello, el principal motor de estas naves continuó siendo humano. Las naves romanas tenían más capacidad que las griegas; el quinquerreme podía alojar a 120 hombres de infantería y 300 marineros, mientras que los trirremes de Grecia solamente cargaban de 80 a 90 soldados.

Los antiguos trirremes fueron convirtiéndose poco a poco en dromones, representantes de la flota bizantina, naves largas que en un principio llevaron un solo palo con vela cuadrada que, en los primeros tiempos de la era cristiana, cambiaron por la vela triangular o latina. Este tipo de embarcación fue el origen de las conocidas galeras, naves características de la Edad Media que sobrevivieron casi hasta el advenimiento de la navegación de vapor.

En los mares del norte de Europa y especialmente en los países escandinavos se iba desarrollando otro tipo de embarcación, también de remo, y, según parece, descendiente directa de la simple piragua. Se trata de naves de hermosa línea, “dragones” o “serpientes” según el motivo ornamental de la proa, ligadas por fibras vegetales y dirigidas por un remo a estribor. Tenían una sola vela cuadrada, por lo general muy adornada, y lucían emblemas heráldicos. Estas naves carecían de cubierta, pero en caso de defensa se usaba un puente móvil sobre el que evolucionaban los guerreros. En realidad, combinaban dos funciones primordiales, la comercial y la guerrera, y fue con estas naves que los intrépidos vikingos se aventuraron en largos viajes precolombinos hasta el Labrador, el Ártico y Groenlandia.

En el Mediterráneo seguía empleándose la galea, o galera, que adoptaba especiales características de acuerdo con los fines para los que se la destinaba: la galiota, muy veloz y de poco calado; la saetia, de doce remos por banda -el bajel pirata por excelencia-; la fusta, la nao y, más tarde, la carraca, la carabela, el bergantín, el galeón, la corbeta, la fragata, etcétera. La galera, de un largo aproximado de 40 a 50 metros, un ancho de 5 a 6, llevaba 25 a 30 bancos de remero por lado, separados por una pasarela o crujía, para el comando y la maniobra que se realizaba de proa a popa. Este corredor se transformó luego en cubierta, con castillo y toldilla. Las bancadas estaban, por lo general, al aire libre y sólo en caso de tormenta se las cubría con un toldo. La tripulación de remeros de las galeras cambió a menudo de composición: de los libres navegantes que prevalecían en un primer tiempo, llegó a estar constituida por forzados, condenados comunes, esclavos tomados al enemigo -casi siempre de otras religiones- y también por quienes, como no se consideraban capaces de otra tarea, se vendían a sí mismos. Esta terrible tarea, cumplida bajo la amenaza del látigo y la presencia de la cadena que ataba al banco, rodeó a la hermosa nave de un renombre trágico.

Cuando el viento era propicio, la galera izaba su amplia vela latina en el solo palo que tuvo hasta el siglo xv, al que luego se le agregaron dos más hasta formar el aparejo de tres: trinquete, mayor y mesana, con velas cuadradas o latinas según la fuerza del viento. Esta nave estaba gobernada por dos timones.

La estructura de las naves no sufrió mayores cambios hasta el momento en que se introdujeron las grandes piezas de artillería, como el gran cañón de crujía. Flanqueado por cuatro piezas menores, estaba éste fijo, por lo que sólo apuntaba con la maniobra de la galera.

La carabela, nave típica de la flotilla colombina, es un velero de tres palos con el mayor y trinquete de velas cuadradas y el bauprés con vela latina. Barco de pequeño porte, es. sin embargo, muy marinero. Según algunos estudiosos, la Santa María, nave mayor de la expedición de Colón, tenía alrededor de 200 toneladas.

El siglo xvi marca un importante desarrollo en cuestiones navales, sobre todo por la necesidad creciente de una flota bélica oceánica.

El galeón, nave impulsada esencialmente a vela, toma primacía. El diseño es más afinado y airoso. Ésta es la época en que se construyen los grandes navíos, célebres por sus proporciones, por su capacidad y riquísima ornamentación, como el Henry-gráce-á-Dieu, la nave de Enrique VIII, de dos puentes, con 184 piezas de artillería, reluciente de adornos y dorados; o el Mongarbina, de la marina turca, con cinco puentes, 100 piezas de artillería y un millar de hombres. En el siglo xvii, el maravilloso Couronne, francés, de casi 2.000 toneladas, y el célebre Sovereign of the Seas, inglés, de tres puentes y 1.600 toneladas, muestran el gran adelanto conseguido en materia naval.