Un artesano que logró conmover la ciencia de los sabios


Mas la obra de Symington no se perdió del todo. Un carpintero de los que habían trabajado en la construcción del casco del buque, Enrique Bell, convencido del valor de semejante invento, lo estudió detenidamente durante trece años.

En 1800 trató de persuadir al gobierno británico de la posibilidad de la navegación de vapor; pero fue en vano. Entre otras objeciones, se le dijo que, a pesar de que Ja idea era felicísima, había una cosa que la tornaba irrealizable: que la máquina de vapor para funcionar necesitaba una base sólida y firme. Quien así hablaba ignoraba que, navegando por el mar, la máquina de vapor colocada sobre una base sólida está firme con relación al punto de apoyo, o sea el casco de la nave. Bell prescindió, pues, de la ayuda del gobierno, y en 1811 construyó un barco pequeño, al que puso por nombre Cometa, lo botó y comenzó a transportar en él pasajeros y mercancías. Al principio la embarcación era motivo de terror para los que por primera vez la veían; les parecía un monstruo que, bufando y lanzando chispas y humo, corría sobre las aguas aun contra los vientos y mareas, y hacía huir a los ignorantes cada vez que se acercaba a la orilla para atracar en ella. Su fama no tardó en difundirse, y estimuló otras tentativas; y en 1813 el Támesis comenzó a ser surcado por diferentes embarcaciones de vapor.