LA HISTORIA DE LA BICICLETA


Aunque el deporte del ciclismo es de nuestros días, la bicicleta se ha usado desde tiempo atrás -su origen se remonta al siglo xviii-, si bien no como la conocemos, pues tenían nombres y funcionamiento diferentes. Eran entonces los velocípedos o celeríferos, aparatos movidos tan pronto con los pies, que se apoyaban intermitentemente en el suelo, como con las manos y brazos.

El ilustre ingeniero de montes y profesor de mecánica, barón Carlos Federico Drais de Sauerbronn, nacido en 1785 en Ausbach, Baviera, y muerto en 1851, fue el inventor de una máquina, que por él se denominó draisiana, y se distinguía del celerífero en que la rueda delantera giraba con independencia de la de atrás y no formaba un solo cuerpo con ésta. Todavía se llama hoy en algunas partes con el nombre de draisiana al velocípedo que sirve para inspeccionar las vías férreas. Pero el celerífero fue, a no dudarlo, el primer antecesor de la bicicleta moderna; y como tal merece que se le dedique una minuciosa descripción. Componíase este aparato de dos ruedas colocadas una delante de otra en el mismo plano, en armaduras en forma de horquillas montadas sobre los ejes. Dichas armaduras subían por encima de las ruedas, y se unían entre sí por un cuerpo de madera que llevaba en medio un asiento en forma de silla de montar, mientras otra barra transversal colocada por la parte anterior, a conveniente altura, hacía de timón para guiar el aparato; el “jinete”, montado como sobre un caballo, le imprimía un movimiento apoyando los pies en el suelo para darle fuertes impulsos, lo que, sobre ser molesto, daba un aspecto inmensamente ridículo al “celerista”.

En 1819 aparecieron en Gran Bretaña los triciclos, provistos de asientos anchos y de unas palancas que permitían ponerlos en movimiento con los pies, mientras otras servían para guiarlos. Estos aparatos, que en cierto modo representaban un adelanto en cuanto que eran movidos directamente con los pies sin necesidad de apoyarlos en tierra, como era el caso del celerífero y la draisiana, tenían el gravísimo defecto de necesitar tres puntos de apoyo, lo cual aumentaba el rozamiento engendrado por las dos ruedas paralelas, sobre todo en los cambios de dirección. De continuar por el nuevo camino, los progresos del velocipedismo hubieran sufrido un grandísimo retraso. Por fortuna, se comprendió esto, pues los inventores volvieron a la idea primera de dos ruedas en un mismo plano. Franceses e ingleses disputábanse la gloria del equilibrio velocipédico, atribuyéndolo los primeros a Ernesto Michaux y los segundos a Kirpatrie Macmillan. Sea de ello lo que fuere, lo que podemos tener por cierto es que de 1855 a 1862 Pedro Lallement, francés, perfeccionó el celerífero de Drais, dotándolo de pedales dispuestos directamente sobre la rueda delantera, y en 1866 se lo construyó ya con más perfección y con ruedas metálicas.

Finalmente, en 1885, dos hermanos ingleses apellidados Starley idearon y ejecutaron la primera bicicleta, con las dos ruedas de igual diámetro y con movimiento propio, como vemos en las bicicletas actuales.

El biciclo antiguo tenía los pedales fijos a la rueda delantera; los Starley, en cambio, aplicaron el movimiento a la rueda trasera, pero no directamente. Colocaron, en efecto, los pedales en una ruedecita dentada en torno a la cual corría una cadena; ésta, al girar, ponía en movimiento una rueda pequeña unida a la rueda posterior del aparato, y de este modo se obtenía el movimiento de toda la bicicleta. Con tal innovación, la rueda delantera no tenía otra cosa que hacer sino soportar parte del peso y responder a los movimientos del timón. Desde entonces las bicicletas modernas han sido ventajosamente perfeccionadas; pero el. principio mecánico a que obedecen es y ha sido el mismo. El gran adelanto de la bicicleta consistió en la adición de la rueda y el eje intermedios llamados hoy juego de pedales, al que se aplica directamente la fuerza, en lugar de hacerlo a la rueda trasera; ésta recibe dicha fuerza por medio de la cadena y los piñones.