Del monarca que estrenó un par de medias para asistir a las bodas de su hermana


Los siglos xv y xvi aportan un material de exquisita sugestión y gran belleza: el encaje, profusamente usado en la ropa interior, ya generalizada, y en golillas, pañuelos, cuellos y puños. Ambos sexos lucen hasta la exageración pedrerías, polvos, rizos, cintas y lazos.

En esta época aparecen definitivamente separados el calzón y las medias. Ya hemos visto que los pueblos antiguos desconocían el uso de las medias: los galos y los romanos ceñíanse las piernas con bandas y correas. En el medievo, lo que constituye la media formaba la parte inferior de las calzas y, luego, de las medias calzas. Las primeras medias que se mencionan en la historia son las de punto que estrenó Enrique II, rey de Francia, para asistir a las bodas de su hermana, la princesa Margarita, con Manuel Felipe, duque de Saboya. Las medias del rey causaron honda impresión entre los cortesanos y las elegantes de la corle, tanta que la industria de tejer medias adquirió enseguida gran volumen.

Las medias, accesorio del traje al que la mujer moderna presta preferente atención, sirven en algunas regiones de España, por ejemplo en Salamanca y Extremadura, para determinar, por su color, el estado civil de las mujeres: las solteras las usan blancas; negras las viudas, y verdes o rojas las casadas.

Hacia fines del siglo xvi hace su aparición en Europa el abanico, prenda originaria de Oriente, que alcanzó prontamente gran difusión; las mujeres hicieron de él un eficaz colaborador de su coquetería, llegando hasta adjudicar a sus movimientos un lenguaje o significado convencional. En China y Corea, las mujeres que guardan luto no pueden prescindir de él cuando salen, ya que deben utilizarlo para taparse el rostro al cruzarse con otras personas en la calle. El abanico, que sufrió frecuentes y prolongados eclipses, ha vuelto a usarse profusamente aun en nuestros días.

Durante el siglo xvii el vestido femenino alcanza proporciones monumentales, pues aunque el corsé ciñe terriblemente el talle, la cadera aumenta de volumen por medio del miriñaque. El hombre comienza a usar el calzón liso y ancho, sujeto a la rodilla por una cinta y cortado verticalmente por uno o dos tajos que dejan ver la ropa interior. Las botas altas se abren en la parte superior en forma de embudo. La chaqueta corta deja ver, por las aberturas de los costados, la camisa. El sombrero se recarga de plumas y cintas. La gorguera ha ido desapareciendo y las mujeres usan escotes cuadrados y bajos, por donde asoma la camisa plegada. Todo el mundo lleva pelucas, y se llega a la máxima extravagancia en Francia durante el brillante reinado de Luis XIV.